Palabras que golpean: "Hágase Tu voluntad"

Por Melissa Musick Nussbaum, traducido del National Catholic Reporter

Si estuviese predicando este Domingo de Ramos, comenzaría con el Padre Nuestro. Comenzaría con Jesús diciendo a sus discípulos: "Así es como habéis de rezar" (Mateo 6:9). Y entonces pasaría a las palabras que deberían hacerme arder en llamas:
"Venga Tu Reino, 
Hágase Tu voluntad
en la tierra como en el cielo".

Honestamente, nunca tuve mucho problema con la parte "Venga Tu Reino". Bautizado de bebé cuando todos los reinos de este mundo nos servían, llegué sin esfuerzo a comprenderme como parte también del reino celestial. Fue mucho después cuando comencé a cuestionarme cuanto me gustaría vivir en el Reino, por no mencionar si llegaría a ser contado entre sus miembros.

Pero "Hágase Tu voluntad". Desde joven esas palabras impactaron en mi corazón, si no en mi garganta. Sabía, sé, que son mentira. Estoy satisfecho de que se haga la voluntad de Dios solo en las vidas de aquellos cuyas vidas realmente no me importan. Salvo, por supuesto, que la voluntad de Dios coincida con la mía- en ese preciso orden- en cuyo caso, genial, magnífico. ¡Qué se cumpla la voluntad divina!

Si estuviese predicando, subrayaría que el maestro, Jesús, les está enseñando a sus discípulos qué hacer, cómo rezar. Es aquí como un profesor, que les dice a sus alumnos cómo leer la escala y hacer sonar las notas. Es como una madre, que les dice a sus hijos cómo poner sus pies sobre los pedales de la bicicleta y marchar. Es como un rabino, enseñando a sus estudiantes el lenguaje y las posturas que necesitan para profundizar en el misterio. Es lo que los profesores, los padres, los rabinos hacen: enseñar a los discípulos a su cuidado.

Aquellos a los que se nos ha confiado esta tarea sabemos con cuanta frecuencia hemos aconsejado, enseñado o exigido lo que nosotros mismos no hemos sido capaces de llevar a cabo.

Remarcaría que estamos cómodos con Jesús el maestro enseñando a sus discípulos y a nosotros cómo
rezar. Pero el Evangelio de Marcos nos fuerza a mirar a Jesús haciendo lo que predica, haciendo lo que ha dicho a los otros que hagan. Es la prueba más dura que cualquier padre, maestro, rabino o sacerdote afrontará jamás. "Así es cómo habéis de rezar".

"Y tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse.  Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad.  Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora. Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres".

"Venga Tu Reino, Hágase Tu voluntad, en la tierra como en el cielo". 

Si estuviese predicando, hablaría de la Navidad, que proclamamos, justamente, como la fiesta de la Encarnación. Dios estuvo en el vientre de una mujer, nació del vientre de una mujer, se alimentó del pecho de una mujer. Pero en este día, Domingo de Ramos, cuando la Semana Santa comienza su calendario solemne, me parece que se produce una revelación superior, o más completa, de la Encarnación.

Jesús nace como nacemos todos, pequeños y desvalidos, criados y alimentados (o no) como deciden los adultos que nos rodean. Pero Jesús sufre y muere en plena conciencia de Su situación y de las consecuencias de Su fidelidad a la voluntad del Padre. Él elige.

En Su elección, en Sus elecciones, revela no solo Su humanidad, sino una humanidad plena, la humanidad que Dios inhaló en el primero de entre nosotros. La plena humanidad que rechazamos cuando, con el villano de Milton, decimos "Ser débil es miserable" y "Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo".

Ser débil es miserable, y Jesús entra en la debilidad y mora allí: clavado, herido, azotado, insultado, colgado y traspasado. Jesús conoce la debilidad del sufrimiento humano y de la muerte. Él deja a un lado todas las coronas, mundanales, celestiales o infernales, y hace lo que enseña. No es que Jesús de Nazareth no tenga voluntad porque, sin ella, no sería humano. Es que Jesús de Nazareth pone Su voluntad, como pone Su carne, ante el Padre y en las manos del Padre.

Si estuviese predicando, sugeriría que no es el Padre el que exige sangre. Esa hambre es nuestra, de nosotros que no somos débiles, que no nos gusta servir. Jesús no se ofrece al Padre para que le mate, sino a los hombres y mujeres que llamamos, en todas las épocas y lugares, a la sangre. Pero ofrece al Padre Su propia voluntad humana para evitar las represalias y el odio. Así, Jesús se dirige a ser crucificado mirando a aquellos que le hieren y a aquellos que sufrirán con Él y a aquellos que le abandonan con unos ojos, una mente y un corazón que son uno con los del Padre.

Él es abandonado, pero no abandona a nadie:

"En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23:43).
"Cuando Jesús vio a su madre y junto a ella al discípulo al que tanto amaba, dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Y dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre" (Juan 19: 26-27)

Si estuviese predicando, diría que he aprendido que permanecer en la voluntad de Dios es, momento a momento, estar en Dios y con Dios. Es permanecer en comunión, inhalar y exhalar con Aquel cuya respiración me llena, me anima y me da la vida.

Me gusta pensar en la voluntad de Dios como una circunstancia: aquí o allí, ahora o después, sano o es una relación que permanece incluso cuando las circunstancias cambian. Es, como escribió San Juan Crisóstomo, que nos sean dadas:
enfermo. Pero estoy llegando, lentamente, muy lentamente, a saber que

"... las verdades que son veladas por las doctrinas y los artículos de la fe, que son enmascaradas por las palabras pías de libros y sermones. Que mis ojos penetren el velo y arranquen la máscara, que pueda ver Tu verdad cara a cara".

"Hágase tu voluntad" es una llamada a arrancar la máscara, todas las máscaras, y a ver la verdad de Dios cara a cara "en la tierra como en el cielo".


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