No tengáis miedo

Por el Patriarca Ecuménico de Constantinopla Bartolomé I. Palabras pronunciadas en el Santo Sepulcro de Jerusalén durante su visita conjunta con el Papa Francisco

"No tengáis miedo. Sé que buscáis a Jesús que fue crucificado. No esta aquí: ha resucitado, como dijo. Venid, mirad el lugar donde yació el Señor" (Mateo 28, 5-6).

Con sobrecogimiento, emoción y respeto nos hallamos ante "el lugar donde yació el Señor", la tumba dadora de vida en la que la vida emergió. Ofrecemos gloria al Dios misericordioso que nos redimió, como sus siervos inútiles, merecedores de esta suprema bendición de convertirnos en peregrinos en este lugar donde el misterio de la salvación del mundo se materializó. "¡Qué hermoso es este lugar! Esta es nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo" (Genésis 28:17).

Hemos venido como las mujeres que llevaban la mirra, el primer día de la semana, "para ver el sepulcro" (Mateo 28,1) y nosotros también, como ellas, escuchamos la exhortación de los ángeles: "No tengáis miedo". Removed de vuestros corazones cualquier miedo, no dudéis, no os desesperéis. Esta tumba irradia mensajes de valentía, esperanza y vida.

El primer y mayor mensaje de este sepulcro vacío es que la muerte, nuestro "último enemigo" (1º Corintios, 1:26), la fuente de todos nuestros miedos y malas pasiones, ha sido vencida; nunca más por el amor, por Él, que voluntariamente ha aceptado afrontar la muerte por el bien de los demás. Cada muerte en el nombre del amor, en el nombre de los demás, es transformada en vida, vida verdadera. "Cristo ha resucitado de entre los muertos, por la muerte Él ha atropellado a la muerte, y a aquellos en las tumbas Él les ha dado vida".
tiene la última palabra de nuestras vidas. Ha sido derrotada

Entonces, no tengáis miedo de la muerte, pero tampoco tengáis miedo del mal, a pesar de cualquier forma que éste pueda asumir en nuestras vidas. La Cruz de Cristo aplasta todas las flechas del mal: el odio, la violencia, la injusticia, el dolor, la humillación- todo lo que sufren los pobres, los vulnerables, los oprimidos, los explotados, los marginados y los desgraciados en nuestro mundo. Sin embargo, estad seguros, todos aquellos que sufrís la cruz en esta vida que, como en el caso de Jesús, a la Cruz le seguirá la Resurrección; que el odio, la violencia y la injusticia no tienen futuro, sino que este pertenece a la justicia, al amor y a la vida. Por ello, deberías trabajar hacia este fin con todos los medios que tienes en el amor, la fe y la paciencia.

Sin embargo, hay otro mensaje que emana de esta venerable tumba, ante la que nos hallamos en este la última palabra de la historia no pertenece al hombre, sino a Dios. En vano los guardias del poder secular vigilaron esta tumba. En vano colocaron una pesada piedra en la apertura de esta tumba, que nadie podría hacer rodar. En vano son las estrategias de los poderosos del mundo- todo es, al final, provisional hasta que se realice el juicio y la voluntad de Dios-". Cada intento de la humanidad contemporánea de trazar su futuro sola y sin Dios constituye una ostentación vana.
momento. Es el mensaje de que la historia no puede ser programada, de que

Finalmente, esta tumba nos invita a arrojar otro miedo que tal vez es el más prevalente en nuestra edad moderna: el miedo al otro, el miedo al diferente, el miedo al fiel de otra fe, de otra religión o de otra confesión. El racismo y todas las otras formas de discriminación todavía están ampliamanete extendidas en nuestras sociedades; lo que es peor, con frecuencia incluso afectan a la vida religiosa de la gente. El fanatismo religioso todavía amenaza a la paz en muchas regiones del globo, donde el mismo don de la vida es sacrificado en el altar del odio religioso. A la vista de tales condiciones, el mensaje de la tumba llena de vida es urgente y claro: ama al otro, al diferente, al seguidor de otras fes y de otras confesiones. Ámalos como a tus hermanos y hermanas. El odio conduce a la muerte, el amor "expulsa al miedo" (Juan 1º 4,18) y conduce a la vida.

Queridos amigos, hace cincuenta años, dos grandes líderes religiosos, el Papa Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Atenágoras, expulsaron al miedo; arrojaron de sí mismos el miedo que había que había hecho permanecer a dos antiguas iglesias, de Oriente y Occidente, distanciadas la una de la otra, a veces incluso luchando la una contra la otra. En cambio, cuando se encontraron en este lugar sagrado, cambiaron el miedo en amor. Y así estamos nosotros aquí, sus sucesores, siguiendo sus pasos y honrando su iniciativa heroica. Hemos compartido un abrazo de amor, mientras continuamos en el camino hacia la plena comunión en amor y en verdad para "que el mundo crea" (Juan 17, 21) ya que no hay otro camino que conduzca a la vida sino el del amor, la reconciliación, la genuina paz y la fidelidad a la verdad.
prevalecido durante un milenio, el miedo

Es este el camino que todos los cristianos estamos llamados a vivir en nuestras relaciones- cualquiera que sea la iglesia o confesión a la que pertenecemos- dando así un ejemplo al resto del mundo. El camino será largo y difícil, de hecho, a algunos les parecerá un callejón sin salida. Sin embargo, es el único camino que conduce a la realización de la voluntad del Señor: "Que todos sean uno" (Juan 17,21). Es esta voluntad la que abrió el camino recorrido por el líder de nuestra fe, Nuestro Señor Jesucristo, que fue crucificado y resucitó en este santo lugar. A Él pertenecen el honor y la gloria, junto con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amen,

"Queridos, amaos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios" (1º Juan 4,7).

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