Buscando la vocación

¿Qué pasa en el tiempo más hermoso del año que también lo convierte en el más estresante? Por supuesto, está toda la compra y envoltorio de regalos, el esfuerzo que exige decorar nuestras casas de una forma animada y ¿quién olvidaría la cantidad de tiempo necesaria para cocinar todos esos banquetes que inspirarán en enero nuestros objetivos de Año Nuevo? Sin embargo, hay otra larga tradición que elevará también el barómetro del estrés: la de alguna manera comprometida charla de revisión que tenemos con aquellos a los que amamos, pero a los que no vemos a menudo -las conversaciones que nos fuerzan a mirarnos en un espejo y a pensar, tengamos el ánimo para ello o no, en la dirección de nuestra vida.

Tal vez te hayan preguntado (o seas tú el que preguntas): ¿Cómo va ese trabajo que hace cuatro años dijiste que era sólo temporal? ¿Recuerdas cuando solías decir que ibas a escribir novelas? ¿Cómo va? Entonces, ¿cuándo exactamente has abandonado la idea del matrimonio?" De acuerdo, dependiendo de tu dinámica familiar, las preguntas probablemente no sean tan duras. Pero no creo estar exagerando si digo que las agradables conversaciones navideñas pueden, en ocasiones, adquirir un cierto tono inadvertido inquisitorial, en especial cuando no actuamos como si nos lo hubiésemos figurado ya todo. Con independencia de la edad, permanece una parte de nosotros que duda y se siente atascado, un adolescente interior que nadie se molesta en contarte que existe cuando creces.

Tal vez estés leyendo esto y felizmente no te sientas identificado. Tal vez tú seas perfectamente nunca alcanzamos ese premio aquí en la Tierra -al menos, no de forma permanente. ¿No fue San Agustín el que dijo que el ser humano no descansa hasta que mora en el Señor? Entonces, ¿por qué nos creemos el mito de que el proceso de convertirnos en nosotros mismos tiene una fecha de cierre? Seguir nuestros deseos más profundos, "dejar a nuestra vida hablar", como dice Parker Palmer, es, para bien o para mal, un proceso en marcha que dura toda nuestra estancia terrena.
auténtico, plantado con seguridad en tu vocación y feliz sin sobresaltos. Pero, desde mi experiencia,

Reflexionar sobre los propios deseos y el verdadero ser puede ser visto como un egocentrismo o, dicho tal vez más educadamente, como un innecesario mirarse el ombligo. Pero Dios nos dio dones particulares por razones particulares. A menos que dediquemos un tiempo a reconocerlos, ¿cómo podremos usarlos para servir a los demás? Al principio cuando me uní a los jesuitas, intente modelarme en algo lo más parecido posible a los impresionantes y exitosos jesuitas que admiraba, procurando dolorosamente suprimir aquellas partes de mí que no se ajustaban. Todavía no me había dado cuenta de que la formación cristiana no consiste en ignorar quienes somos y contorsionarmos para ser quienes no somos. En cambio, la formación cristiana intenta acercarnos a nuestro auténtico yo que Dios ha creado -no a traicionar, ignorar o abandonar los talentos que Dios nos ha concedido.

Esta tensión entre quienes somos y quienes deberíamos ser es universal y dura toda la vida. Recuerdo una conversación que mantuve con un médico retirado de 82 años que había sido excelente en su trabajo, pero que me admitió, casi en un susurro, que a él nunca le gustó la medicina, sino que la cursó para satisfacer a sus padres. Me dijo con temor, "Me ha llevado 82 años reconocerlo, pero lo que realmente quería era ser escritor".

Ninguno de nosotros quiere llegar al final y preguntarse: "¿Qué pasa si he vivido una vida equivocada?". ¿Pero cómo descubrimos nuestros dones y no solo tenemos el coraje de decirlos en voz alta, sino de intentar incorporarlos? El teólogo de la Universidad de Boston Fray Michael Himes tres útiles preguntas para cualquiera que intente encontrar su lugar en el mundo. Es útil hacerse estas preguntas muchas veces a lo largo de la vida, en especial cuando se piensa en la elección de carrera, la toma de grandes decisiones para toda la vida o simplemente cuando se intenta descubrir a qué nos está llamando Dios.
desarrolló

1.- ¿Qué te da alegría? ¿Cuál es la fuente de tu alegría? ¿Qué atrapa tu interés, multiplica tu curiosidad y te da energía? Esta es una pregunta que solo tú puedes responder.

2.- ¿Hay algo que encaje con tus talentos y tus dones, que comprometa todas tus habilidades y que las use de la manera más plena posible? En esencia, ¿eres bueno en aquello que te da alegría? Esta pregunta debería ser respondida en diálogo con los demás. Al fin y al cabo, podemos encontrar una gran alegría en algo, pero ser terriblemente malos en ello. Aquí es donde una comunidad de amigos -personas que tienen el valor de ser honestas con nosotros sobre nuestras fortalezas y debilidades- realmente ayuda.

3.- ¿Es este un verdadero servicio a la gente a mi alrededor y a la sociedad en su conjunto? Aquí es donde se pone término al ensimismamiento. ¿Quién necesita el mundo que seas? ¿Cómo puedes usar tus dones para servir a los demás? Esta pregunta no significa que todos debamos ir a las misiones al extranjero. De nuevo, Dios nos ha dado a cada uno dones particulares. Tal vez seas un abogado con talento que ama su trabajo. La pregunta te debería considerar realizar algún trabajo gratuito para ayudar a aquellos que necesitan tus servicios. Cualquiera que sea tu talento, hay una respuesta a la pregunta ¿cómo puedo usar esto para ayudar a los demás?

Himes subraya esta reflexión diciendo que la insatisfacción es, en realidad, una buena cosa. La alegría, dice, es "el gozo que uno toma de estar insatisfecho". La insatisfacción nos mueve hacia delante y profundiza nuestra percepción sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Así que, la próxima vez que se te pida un informe de progreso sobre el estado de tu vida, conserva esto en mente. Esta falta de descanso que todos sentimos es una cosa buena, y simplemente nos acerca a la conversión en aquella persona que siempre hemos sido.

Por Eddie Siebert, SJ. Traducido del "National Catholic Reporter"

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