¿Qué es el maná?

Por Angie O`Gorman. Traducido de "National Catholic Reporter"

Según la Biblia, alrededor del 1.200 a.C., Dios comenzó a generar dependencia. En un episodio que duró 40 años, Dios envió una sustancia llamada maná a un pueblo que deambulaba por el desierto. Si Dios les hubiese permitido ser autosuficientes, ellos habrían encontrado su propia comida, o habrían comido menos, o simplemente habrían vuelto a casa y conseguido trabajo. Vale, tal vez no regresarían precisamente a Egipto, pero a algún lugar en el que pudiesen encontrar empleo. Sin embargo, la autosuficiencia tal vez no era lo que pretendía Dios.

El maná tuvo un extraño efecto en el pueblo errante. Le ayudó a organizarse. Tenían que buscar una manera de recoger, distribuir y consumir este producto, y hacerlo antes de que terminase el día, porque el maná no aguantaría toda la noche. Al siguiente día el proceso comenzaría de nuevo.

Así, el maná alimentó al pueblo no sólo físicamente sino también social y económicamente. Y, por supuesto, la experiencia día tras día de este buen regalo, más allá de todo lo merecido, esperado o imaginado; esta experiencia de ser amado y cuidado, le formó también. Implicaba que ellos no tendrían que ser autosuficientes nunca más.

Años después, Moisés dijo a su pueblo, sentado al borde de la Tierra Prometida, que considerasen la autosuficiencia. "Recordad cómo durante 40 años el Señor, nuestro Dios, dirigió nuestro caminar por el desierto".

Había llevado 40 años, pero ahora existía una comunidad, con todas sus riquezas y sus límites, sus miserias y grandezas, su necesidad de normas y ritos. Donde había una reunión de individuos, ahora había una comunidad, un Pueblo capaz de la Tierra Prometida.

Sospecho que durante aquellos largos años en el desierto hubo quien tuvo dificultades en el caminar, quien no podía soportar el Sol abrasador, incluso habría alguien a quien nada le importase, en realidad, la Tierra Prometida e iba por sus propias razones. Algunos pensarían que el viaje era un error. Algunos se habrían vuelto de regreso a Egipto. Al menos allí había comida. Algunos se pondrían enfermos, o se volverían viejos y retrasarían la marcha de los demás. Algunos se enfadarían. La autosuficiencia diría: Esta gente puede ser dejada atrás. Deberíamos ser tan independientes de esta gente como sea posible. Lo impiden todo. Te pueden costar la vida.

Pero no encuentro ninguna base bíblica para dejar a nadie atrás, desde luego no en este episodio. Este episodio recuerda que sobrevivimos porque nos negamos a ser autosuficientes.

Siglos después, Jesús llevaría el tema de la dependencia más lejos. Él también utilizó, material y simbólicamente, la comida para construir la comunidad que se dirige hacia la Jerusalén celeste.

Su mensaje fue el siguiente. Tras caminar en nuestro propio estado salvaje de pérdidas y límites, huesos rotos y corazones heridos, de lágrimas y derrotas, después de todos nuestros errores y pasos en falso, todavía podemos depender del Amor que baja para salvarnos. "Vuestros ancestros comieron el maná del desierto, pero murieron; del pan que yo os traigo, el que coma no morirá" (Juan 6:49-50). Comer es reconocer nuestra dependencia tanto de la comida como de los otros.

Somos partícipes de Cristo, dice San Pablo (1 Corintios, 10:16-17). Hemos sido hechos uno en Él, nosotros mismos hemos sido transubstanciados. Y parte del proceso consiste en que comer del único pan nos hace un solo cuerpo. No tenemos que ser autosuficientes nunca más. A diferencia de quienes se ven a sí mismos, en primer lugar y ante todo, como individuos autosuficientes, quienes compartimos el pan debemos vernos, en primer lugar y ante todo, como una comunidad en la que cada cual se preocupa por los demás. Fuera de esta conexión, el camino a la autosuficiencia es simplemente una forma de ruptura. Niega la comunidad y al hacerlo destruye parte de lo que nos hace humanos.

La cofundadora de la Asociación de Trabajadores Católicos, Dorothy Day, escribió en su autobiografía, La Larga Soledad:

La cosa más relevante es la comunidad, dicen otros. Nunca más estaremos solos.

No podemos amar a Dios a menos que amemos a los demás, y para amarlos debemos conocerlos. Le conocemos al partir el pan, y nunca más estaremos solos. El cielo es un banquete y la vida también es un banquete, aunque sea con un mendrugo de pan, allí donde hay compañía. 

Todos hemos conocido la larga soledad y hemos aprendido que la única solución es el amor y que el amor llega con la comunidad. 

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