Tendiendo puentes con los pontífices

Por John Gehring y Kim Daniels. Traducido de "National Catholic Reporter", con adaptaciones

Cuando el Papa Francisco canonice a los Papas Juan Pablo II y Juan XXIII este domingo en la Basílica de San Pedro, hará algo más que honrar la vida de dos enormes figuras que trajeron regalos únicos a la Iglesia y al mundo. También estará enviando un poderoso mensaje de unidad. Declarando simultáneamente santos a dos hombres utilizados tan frecuentemente como símbolos de sectores opuestos, el Papa Francisco nos recuerda que el Evangelio no deja espacio para la ideología.

Como dos católicos a menudo etiquetados como progresista y conservador pero que amamos la Iglesia en
igual medida, agradecemos este momento. La Iglesia Católica se ve atacada por la desagradable retórica del sectarismo que a menudo define la cultura disfuncional de la política civil. Corremos el riesgo de convertirnos en una iglesia dividida en sectores que refuerzan sus propias narrativas e ignoran las ideas incómodas.

Los católicos de izquierdas, de derechas o mediopensionistas compartimos una fe común que incluye claras enseñanzas sobre la santidad de la vida desde la concepción hasta la muerte natural así como sobre la opción preferencial por los pobres. Cuando el mundo mira a la Iglesia Católica con nuevos ojos, debemos luchar por algo mejor que batallas internas y dialéctica de enfrentamiento. El Papa Francisco nos está retando a construir una "Iglesia del encuentro" que acuda a los márgenes donde la gente está herida y rota. Una Iglesia dividida no cumplirá tan trascendente misión.

Esto no significa que los católicos debamos estar de acuerdo en todo. De hecho, el Papa Francisco ha sido rotundo en afirmar que una Iglesia estática está muerta y no inspira.

"El debate abierto y fraterno hace crecer el pensamiento teológico y pastoral"- ha dicho el Papa-. No me asusta, es más, lo busco". Cuando el líder de la Iglesia habla así, seguramente los católicos de todo el espectro eclesial pueden abandonar sus búnkeres.

El Papa Juan XXIII y el Papa Juan Pablo II son a menudos vistos, de una manera demasiado simplista, como los iconos respectivos del catolicismo progresista y pro-justicia social  y del catolicismo conservador y provida enfrentados en una feroz guerra por la identidad católica. Este paradigma del conflicto perpetuo hunde sus raíces en desacuerdos legítimos entre fieles católicos, pero también revela tendencias unificadoras en la enseñanza de la Iglesia.

En la tradición católica, la defensa de la santidad de la vida y la lucha por la justicia social no son agendas políticas opuestas, sino parte de un mismo marco moral para la construcción de una sociedad justa. Cuando nosotros troceamos la unidad de la enseñanza católica en diferentes partes, corremos el riesgo de reducir nuestra fe simplemente a otra ideología al servicio de fines políticos.

Es tiempo de rechazar las asunciones construidas por etiquetas reduccionistas. El Papa Francisco nos llama a oponernos a una "cultura del descarte" que ataca a la dignidad humana tratando a la vida en el vientre materno, a los inmigrantes que mueren en el desierto y a los ancianos olvidados en asilos como prescindibles. Es la resistencia a esta "globalización de la indiferencia", como el Papa describe nuestra cultura de la comodidad y el individualismo extremo, lo que debería unirnos al servicio del bien común.

El Papa Francisco nos está llamando a renovar y profundizar nuestra solidaridad con los que carecen de voz y los más vulnerables. Recientemente, ha reiterado su rotunda "oposición a cualquier ataque contra la vida, especialmente la vida inocente e indefensa", llamando al "niño no nacido en el claustro materno... el más puro ejemplo de inocencia" y al aborto un "crimen innombrable". Los católicos cuyos aliados políticos no consideran que los más de 100.000 abortos al año practicados en España promueven una cultura de la indiferencia tienen la responsabilidad de hacerles comprender este fundamental asunto. La buena noticia es que la mayoría, esté o no de acuerdo con la legalización del aborto, quieren que los defensores de ambas partes encuentren estrategias comunes de apoyo a la mujer embarazada y para reducir el número de abortos.

Al mismo tiempo, los católicos cuyos aliados políticos promueven políticas económicas que hacen daño a las
familias pobres y a las clases trabajadoras también tienen la responsabilidad de hacerles cambiar su visión. De hecho, el Papa ha vinculado la creencia fundamental católica en la santidad de la vida con nuestro deber de acudir en solidaridad con los pobres, recordándonos que "Así como el mandamiento "No matarás" traza un claro límite en aras a la salvaguarda de la vida humana, hoy también debemos decir "No" a una economía de la exclusión y de la desigualdad. Esta economía mata".

Estas y otras afirmaciones rotundas del Papa claramente conectan la pobreza con la santidad de la vida. El obispo auxiliar de San Francisco, Robert McElroy, ha asegurado que las palabras del Papa Francisco "exigen una transformación de la conversación católica política existente" y señala "la necesidad de tratar la pobreza como un imperativo para los católicos en la arena pública".

En el mismo sentido, en una homilía antes de la anual Marcha por la Vida en Washington, el Cardenal Sean O`Malley de Boston describió la pobreza como una "fuerza deshumanizadora" e insistió en que "el Evangelio de la Vida nos requiere que trabajemos por la justicia económica en nuestro país y en el mundo". Cuando se dirigió a la frontera entre Estados Unidos y México para observar el sufrimiento y la muerte causado por el perverso sistema inmigratorio norteamericano, como lo causa el español en Ceuta y Melilla o tantos otros a lo largo del mundo, calificó a la reforma inmigratoria humanitaria "otro asunto provida".

Si los católicos que votamos en diferentes sentidos bajamos nuestras murallas y aprendemos los unos de los otros, podremos encontrar el espacio común en el que tratar asuntos morales urgentes como la pobreza, el aborto o la inmigración. Si, antes que cualquier otra etiqueta, hablamos juntos como católicos, ofreceremos una voz importante y enriquecedora al debate político.

Juan XXIII, Juan Pablo II y Francisco han lanzado una clara visión de un catolicismo que defiende la justicia social y construye una cultura de la vida. Derribemos los viejos muros y pongámonos a trabajar.

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