Un silencio de admiración

Pero como ella ahora, su figura enternecedora,
se juntara a los nuevos bienaventurados
e imperceptiblemente, luz con luz, se situara entre ellos,
entonces brotó tal resplandor desde el fondo
de su ser que un ángel, herido por su luz,
gritó de pronto deslumbrado: ¿quién es ésta?
Y sucedió un silencio de admiración.
(R.M. Rilke, Vida de María)
Un silencio de admiración cuando santaMaría entra en la casa del Padre.
Un silencio de admiración, es precioso en cada uno de nosotros contemplando el misterio de luz y de salvación. Un silencio de admiración contemplando el silencio de María, abierto y disponible a la luminosidad divina.
Este misterio de luz y de salvación, querido lector, lo tienes en el ambiente que te rodea, más aún: ¡te envuelve! Este misterio de luz y de salvación lo llevas contigo.
Pero hoy no solemos otorgar atención a la dimensión del misterio. Nuestra vida se suele mover más bien en el ámbito del problema. Los problemas se nos acumulan porque vivimos en una sociedad donde todo se mueve alrededor de los números, de los datos, de las encuestas. Ya lo sugería con tristeza el papa Francisco: “hoy es noticia si la Bolsa baja o sube, pero apenas viene a serlo la odisea de unos inmigrantes envueltos en profundos dramas humanos.
Y las noticias, los números, las encuestas de hoy, mañana ya no tienen vigencia, y nos distraen con otras noticias, números o encuestas similares… La cuestión es desviar nuestra mirada y dejar que resbale, un tanto neutra, por la superficie de la vida, como quien mira una de esas fotografías de un paisaje lunar o de Marte que te dejan indiferente. Y bajo esta lluvia de noticias intrascendentes nuestra mente, nuestra imaginación, toda nuestra persona se va embotando. Noticias que nos van dejando pequeños y numerosos ruidos en nuestro interior que nos van adormeciendo, que nos impiden aquella experiencia de silencio que necesitamos para tomar una conciencia viva de nuestra situación y de nuestro mundo. Y poder pronunciar una palabra de luz y de sabiduría.
Esta sociedad pretende hacernos perder el silencio de admiración, embotar nuestra mente, y ponernos, en definitiva, en un camino de deshumanización.
Necesitamos una experiencia de silencio que permita que nos ilumine algunos rasgos de la mucha belleza que hay en nuestro mundo, y en el corazón de las personas que nos rodean. Una experiencia de silencio que permita que nazca en nuestro interior un silencio de admiración, que, yo estoy convencido, que es para lo que ha sido creado nuestro corazón: para admirar. ¡Admira! Tu corazón está hecho para la admiración.
Un silencio de admiración para dar lugar a la fiesta de un encuentro, que suele venir, que debe venir, a partir de esta experiencia de admirar.
Quizás necesitamos de ese silencio de admiración que debió envolver a santa María, una vez le deja el Arcángel de la Anunciación. Quizás necesitamos del silencio de admiración que debió acontecer inmediatamente después de posarse aquellas lenguas de fuego y de luz sobre el colegio de los Apóstoles. Quizás necesitamos ese silencio de admiración para despertar en nosotros el deseo, o la nostalgia del encuentro en otro tiempo vivido, despertar aquella añoranza de Job:
“Aquellos días de mi otoño, cuando Dios era un íntimo en mi tienda” (Job 291s)
Quizás ya estamos viviendo esos días otoñales; días para la nostalgia, como lo eran para Job. Los días otoñales preceden al silencio de invierno. Días de otoño cuando amengua la luz cuando la vida de la naturaleza se adormece. Los días otoñales son una buena introducción para adentrarnos en el silencio de este invierno. “Aquellos días otoñales…” Quizás sean estos. Los días presentes. Para cuidar el silencio, y preparar el corazón para admirar la nueva vida que siempre trae el invierno.
“Aquellos días de mi otoño, cuando Dios era un íntimo en mi tienda” (Job 291s)
Recuerda aquellos días de otros “otoños”, antes de entrar en el silencio de invierno, para que se despierte en ti la nostalgia y el deseo de la luz. Eres hijo de la luz y necesitas admirar la luz. Gozar de la luz. Aquella luz que nace en el corazón.
Quizás necesitamos silenciar nuestras palabras para percibir los movimientos del corazón que es el principio para escuchar la llamada del deseo. El deseo de Dios, del encuentro íntimo con él.
Conoceremos su presencia, nos enseña san Bernardo, por el movimiento del corazón. Cuando él se aleja todo se vuelve inmóvil e insulso por cierta languidez, hasta que de nuevo vuelve, y vuelve el calor al corazón. Un corazón que se dilata en el servicio.

Pero todo empieza en un silencio de admiración… Todo empieza en el silencio… la vida misma. Dios te da un tiempo hermoso para admirarla.

José Alegre, abad de Poblet. Publicado originalmente en Religión Digital

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