JORNADA DE VIDA CONSAGRADA. 2 DE FEBRERO


TESTIMONIOS

Gozo del Evangelio, gozo pascual

Hablar del «gozo del Evangelio en la vida religiosa» es, para mí, una oportunidad para poner nombre a las convicciones profundas que me habitan y están en la raíz de mi vocación; es acercarme a ellas de “puntillas”, acariciarlas, tocarlas, reconocerlas...

Al ponerme a pensar sobre este testimonio me ha venido al recuerdo una experiencia que viví siendo novicia en Perú. Allí las congregaciones con varias jóvenes organizábamos a veces encuentros que llamábamos de “promoción vo- cacional” con chicas de los barrios. Normalmente consistían en una tarde para compartir un rato de oración, merienda y otras actividades lúdicas o de diálogo. De uno de esos encuentros salí con preguntas. Me daba la sensación de que las religiosas teníamos que “mostrar”, “hacer visible” nuestro gozo a esas jóvenes, ya sea orando, charlando, cantando o riendo, para que a ellas les llamara la atención nuestra vida y poder hacer una oferta vocacional, llegada la ocasión. ¿Era ese realmente el “gozo del Evangelio” al que aquí nos estamos refiriendo?

Hoy estoy totalmente convencida de que la experiencia de seguimiento de Jesús dentro de la vida religiosa es, sin duda, muy gozosa. Pero, al mismo tiempo, estoy convencida de que ese gozo no brota de la “epidermis” de nuestra vocación, sino de una configuración profunda con Jesús y con su sueño del Reino, que “ya está, pero todavía no” en este momento concreto, real e histórico que esta- mos viviendo. Si este fuego interior no arde, difícilmente podrá ser exteriorizado. Nunca será un gozo “de superficie”, sino un gozo pascual, que sabe por experien- cia propia que “el Crucificado es el Resucitado”.

esperanza de pinedo, acJ

Apostólicas del Corazón de Jesús

VIDA CONSAGRADA

La alegría del Evangelio en la vida consagrada

Al contrario de lo que comúnmente se piensa sobre la vida monástica, esta es fundamentalmente una llamada a vivir la alegría del Evangelio.

San Benito, en el capítulo LIX de la Regla que escribió para los monjes, dedicado a la Cuaresma, nos invita vivir de manera más intensa durante ese tiempo litúrgico lo que debería ser lo normal a lo largo de todo el año, es decir, que a lo largo de esos días nos entreguemos más intensamente a la oración, a la lectio, a la compunción del corazón, a la abstinencia. Todo ello para ofrecer voluntariamente alguna cosa más a Dios y que con un gozo lleno de anhelo espiritual esperemos la santa Pascua.

Me he fijado en este capítulo de la Regla porque nos permite ver que la alegría del Evangelio solo es sposible si la vivimos desde la cotidianidad, desde lo que es cotidiano e inherente a nuestra vocación y profesión monástica.

Es importante acentuar que este plus de cotidianidad en el período cua- resmal es fruto de un gesto voluntario; por tanto desde la libertad después de haberlo discernido con el padre espiritual. La libertad evangélica, que es la propia de los hijos de Dios, hace de nosotros hombres y mujeres libres y centrados en lo esencial. El habitare secum del que nos habla el papa san Gregorio en el Libro II de Diálogos, refiriéndose a san Benito, hacen de nosotros personas plenamente felices porque somos aquellos que no vamos buscando de un lugar a otro la felicidad, sino que “ya la hemos encontrado” en Aquel que un día nos dijo: «Escucha, hijo, los preceptos de un maestro e inclina el oído de tu corazón, acoge con gusto la exhortación de un padre bondadoso y ponla en práctica» (Regla, Prólogo, 1).

Y este «Escucha, hijo» resuena no solo en el origen de nuestra llamada, sino a lo largo de toda la vida, ya que el mismo san Benito nos recuerda al final de la Regla que cuando lo hayamos cumplido todo lo que en ella se prescribe no olvidemos que somos unos principiantes, es decir, que cada día tenemos que re- comenzar de nuevo.

Desde el inicio de la vida monástica, pero con el paso de los años, uno se va dando cuenta de que el camino en muchas ocasiones «debe ser forzosamente estrecho. Sin embargo, con el progreso en la vida monástica y en la fe, ensan- chando el corazón, con la inefable dulzura del amor, se corre por el camino de los mandamientos de Dios» (Regla, Prólogo, 48-49).

La alegría evangélica del monje se funda en que su vida es un proyecto siempre en camino porque con Jesucristo siempre nace y renace la alegría, como nos recuerda el papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii gaudium.

A lo largo de mis años de vida monástica he podido experimentar cómo las palabras del salmista «Sostenme con tu promesa, y viviré, que no quede frustra- da mi esperanza» (Salmo 119, 116), que canté el día de mi profesión («Recíbeme, Señor, según tu palabra y viviré, y no permitas que vea frustrada mi esperanza»), se van cumpliendo más allá de mis fragilidades, con la confianza de que un día seré acogido tal como Dios me ha pensado y creado, que es la verdadera alegría sin fin.

p. Josep-enric parellada, osB

Abadía de Montserrat 

INSTITUTO SECULAR

Mi nombre es Amanda y pertenezco al Instituto secular Hijas de la Natividad de María. En este día de celebración de la vida consagrada en España quiero com- partir con todos mi vida de especial consagración a Dios «en el mundo y sin ser del mundo».

Siendo más joven estuve involucrada en grupos de carácter revolucionario y de desestabilización social. De alguna manera los líderes llamaron a mi puerta y yo, queriendo solucionar toda la injusticia en el mundo, me enrolé en una diná- mica de extorsión y manipulación sin darme cuenta del fondo oscuro de dichos grupos. Mi familia, mientras que no saliese en la prensa ni “diese” problemas, me dejaba hacer y no se metía en mis “compromisos sociales”. ¡Qué ciega estaba!: creía que “mi ideal” era el “verdadero ideal”...

En una de las manifestaciones de carácter social —como las llamábamos—, a uno de mis colegas se le fue un poco la mano y la policía entró en acción. Entre golpes, carreras, silbatos y disparos yo escapé hacia uno de los laterales, salté la valla y me encontré “a salvo”. En mi carrera llena de tropiezos, gritos, empujones y lágrimas oí a un profesor que me decía: «¡Señorita Amanda, búsquese otro ideal!».

Después de unos días, al tranquilizarse “la movida”, supe que a mi compañero lo apresaron por obstrucción a la autoridad, lo retuvieron en el calabozo y, de al- guna forma, truncaron su futuro... Este hecho —que parece de película— me hizo recapacitar y valorar mis acciones tanto en la forma como en el fondo. Dentro de mi mente se seguían repitiendo una y otra vez las palabras de aquel conocido profesor: «¡Búsquese otro ideal!, ¡búsquese otro ideal!». Pasaban los días y no en- contraba cómo dar respuesta a la inquietud social, a la defensa de los derechos humanos, a mi compromiso en contra de todas las injusticias...

Mi experiencia fue luz para descubrir que los hombres/mujeres no lo pode- mos todo, que somos pequeños y, a la vez, voraces y depredadores entre nosotros mismos...; por ello, volví los ojos hacia “aquellos” que lo daban todo por amor a Dios. Siempre que me había encontrado con alguna misionera, sacerdote, consa- grado/a, vivía un halo de felicidad profunda. Así conocí el que es hoy mi Instituto “Hijas de la Natividad de María” y a través de su carisma en la vivencia y práctica de la Infancia Espiritual hago realidad mi consagración secular (estoy en el mundo pero no soy del mundo).

Intento ser fiel a la llamada de Dios y en Él fructifican todas mis expectati- vas: de denuncia ante las injusticias sociales, de acoger a los desfavorecidos de la sociedad, de amar a los niños que se acercan a mí pidiendo acogida, y regalando un beso que alivie su gran carencia afectiva por la ruptura familiar, de ser alegría  para el vecino que se encuentra desanimado o enfermo, de compartir el gozo en las fiestas y celebraciones de mis amigos y de mis compañeras consagradas, de servir a la Iglesia en sus necesidades de evangelización y catequesis...

Mis pequeños y ridículos ideales de cambiar y mejorar el mundo se han hecho realidad en mi vida siendo fiel a Aquel que “me tomó de su mano” y se convirtió en mi único Ideal: ¡Cristo resucitado!

Os animo a todos y todas a mirar más alto y preguntar al Señor: ¿qué quieres que haga aquí, ahora, en mi situación, en mi realidad, en esta sociedad confor- mista, pecadora y vital que me ha tocado vivir? La respuesta a esta misión-llama- da vivida en un Instituto Secular puede ser el camino.... ¡ánimo y adelante!

amanda del carmen rivas Gómez

Hija de la Natividad de María 

NUEVA FORMA DE VIDA CONSAGRADA

“Se alegra mi Espíritu en Dios, mi salvador” (Lc 1, 47)

Cuando escuché el lema de la Jornada para la Vida Consagrada de este año, inspirado en el que el papa Francisco nos ha entregado en su exhortación apostóli- ca Evangelii gaudium, no pude más que corroborar que esa es la alegría que me ha ido guiando desde mi juventud: la alegría del Evangelio.

Muchas veces nos acercamos a Dios, conocemos a Jesús y a la Iglesia de un modo superficial y teórico. Pero cuando tenemos una experiencia de encuentro profundo con Jesús todo cambia. De repente descubrimos a una Persona con mayúscula.

Eso es lo que me ocurrió a mí hace ahora 26 años y desde entonces, el caminar día a día sabiendo que es Jesús quien me acompaña, ha llenado mi vida de ale- gría. Desde entonces todo adquirió un nuevo sentido: mi relación con los demás, mi proyecto de futuro, incluso la enfermedad que padezco desde que era niña dejó de ser una carga.

Y desde ese momento supe que no quería hacer otra cosa que vivir para Él en donde Él quisiera y como Él quisiera. En la Comunidad de San Francisco Xavier, a la que pertenezco, he encontrado el lugar donde Dios me ha llamado, a través de su fundador, el P. Diego Martínez Linares, a desarrollar la vocación de llevar la Buena Noticia del Evangelio a los que más lo necesitan. A través del encuentro personal con Jesús en el silencio de la oración, de la lectura orante de la Palabra de Dios, de la celebración gozosa de los sacramentos y de la vida comunitaria puedo decir que he encontrado “la perla preciosa” de la que nos habla Jesús. Y desde esta experiencia mi deseo es comunicar a todas las personas con las que me encuentro cada día la alegría de seguirle.

sonia García muñoz, csFX

Comunidad San Francisco Xavier 

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