¿Permitimos que el Espíritu nos mueva hacia la paz?
El reciente llamado del papa León XIV invitando a que se actúe “con responsabilidad y razón” y exigiendo que “ningún país amenace la existencia de otro”, ha conmocionado por su claridad y urgencia. Es un mensaje que resuena porque toca lo más humano: la dignidad que el conflicto desgasta.
Habló con la serenidad del Pastor que sabe que la violencia, aunque parezca lejana para algunos, siempre toca nuestras casas. En sus mensajes ha recordado las guerras abiertas: Ucrania, Gaza, Sudán. Pero también habló de las consecuencias invisibles: los niños sin escuela, las familias rotas, el miedo como herencia. Sin mencionar banderas ni fronteras, el Papa tambien ha pedido: “Que el Espíritu de Cristo resucitado abra caminos de reconciliación dondequiera que haya guerra; ilumine a los gobernantes y les dé el valor de realizar gestos de distensión y diálogo”.
El peligro de la guerra no es solo internacional, sino interior: cuando el odio entra sin prisa, cuando nos acostumbramos a la distancia, cuando creemos que la violencia es normal y la ignoramos. Podemos sentir que el conflicto está lejos, que poco podemos hacer. Pero la paz se teje con los hilos del día a día.
Y aquí entra la pregunta que nos interpela personalmente: ¿qué lugar damos al conflicto en nuestro corazón?, ¿permitimos que el Espíritu nos mueva hacia la paz, también en lo doméstico y lo
cotidiano?
Por eso creo que las palabras del Santo Padre no son mero pronunciamiento: son espejo para nuestras decisiones personales y comunitarias. Creo también que no subestima el poder de nuestras decisiones pequeñas. Lo que él llama “razón responsable” puede ser el antídoto diario a la violencia de nuestras palabras, a la prisa que invisibiliza al otro, al silencio cómplice que permite que el odio se arraigue, tanto en donde está el conflicto armado, como en donde tenemos otras violencias, igual de arraigadas.
Por eso la pregunta no es sólo para los grandes líderes, sino para cada uno de nosotros: ¿cómo estamos siendo artesanos de la paz? En la iglesia local, en nuestra comunidad, en el trabajo, en la casa, en las redes. El Papa, como sus predecesores, nos llama a ser parte de la construcción de un mundo pequeño y grande, donde el diálogo y la razón no solo sean fortalezas, sino caminos.
Ser artesanos de la paz no solo comienza en un despacho de gobierno ni en un tratado internacional: comienza en el modo como tratamos a quienes nos rodean.
- En lo personal, es optar por palabras que no hieran, por gestos que escuchen, por decisiones que no busquen imponerse. A veces, la paz es apagar el juicio interno y dar una oportunidad más.
- En lo familiar, es aprender a pedir perdón, a desactivar viejas tensiones, a elegir el reencuentro en lugar del orgullo. Un mensaje enviado, una visita pendiente, una oración por quien hemos distanciado.
- En lo comunitario, es alentar procesos de reconciliación, tender puentes entre personas que se han excluido, apostar por la escucha y la paciencia como fuerza pastoral. Ser artesanos de paz es, también, educar con esperanza, hablar bien del otro, y no normalizar la burla, el desprecio o el silencio frío.
Paz es enseñar a los niños a respetar, a los jóvenes a confiar, a los adultos a no endurecerse. Es actuar como si lo que hacemos sí importara, porque en el Evangelio, cada grano de mostaza puede crecer en algo nuevo.
Por David Jasso. Publicado en Vida Nueva
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