Las DEI y el Reino de Dios
El acrónimo DEI, que significa diversidad, equidad e inclusión, es una expresión relativamente reciente adoptada por instituciones corporativas, de educación superior, civiles y religiosas durante la última década. Con frecuencia se remonta a la era de los Derechos Civiles en Estados Unidos en la década de 1960, especialmente a la aprobación de la Ley de Derechos Civiles de 1964, y ha servido como abreviatura para iniciativas y programas que reconocen las disparidades históricas en oportunidades, ingresos y derechos civiles que afectaron negativamente a las comunidades minoritarias por motivos de género, raza, origen nacional y capacidad.
Individuos, comunidades y organizaciones comprometidas con los principios de DEI han buscado corregir estas disparidades y formas de privación de derechos mediante la educación y el desarrollo de políticas.
Es bien sabido que en los últimos años el término DEI y las iniciativas asociadas a él han sido objeto de críticas, especialmente por parte de activistas que afirman que estos esfuerzos perjudican a las poblaciones mayoritarias, en particular a los hombres blancos.
En los últimos tiempos hay quien ha buscado eliminar cualquier esfuerzo que clasifique como DEI. Estos incluyen programas y actuaciones que buscan proteger a las personas discriminadas por motivos de raza y sexo, apoyar iniciativas de igualdad de oportunidades y preservar la legislación sobre derechos civiles.
En relación con esto, sus adversarios dicen pretender erradicar lo que denominan "sesgo anticristiano" en el gobierno y la sociedad, una afirmación infundada. Si bien a veces se aborda de forma independiente, también hay ocasiones en las que la lucha contra la DEI se presenta como acorde con los valores cristianos.
Algunos líderes religiosos y comentaristas han rebatido la idea de que las recientes iniciativas contra la DEI sean compatibles con los valores cristianos. Entre ellos, Guthrie Graves-Fitzsimmons, de la Alianza Interreligiosa, escribió para MSNBC a principios de este año sobre cómo estos esfuerzos por revocar las iniciativas de DEI eran, de hecho, anticristianos.
He estado reflexionando mucho sobre estos ataques a la DEI. Coincido plenamente con Graves-Fitzsimmons, y otros que, con razón, señalan la ironía y el peligro de atacar a las comunidades más vulnerables e históricamente desfavorecidas de nuestra nación bajo el pretexto de la "libertad religiosa".
Pero también creo que hay algo mucho más sorprendente que destacar. Independientemente de la opinión que se tenga sobre el acrónimo específico "DEI", su significado abreviado se refleja con bastante claridad en el cristianismo en general y en el Nuevo Testamento en particular.
Toda la vida de ministerio y predicación de Jesús se orientó a anunciar y poner en práctica los valores que hoy conocemos como DEI. La proclamación de la irrupción del reino de Dios se centra en celebrar la diversidad de la creación divina y de la familia humana, exhortando a los creyentes a abrazar la equidad social como una forma de justicia divina y anunciando el reino divino como un reino de inclusión radical gracias al amor y la misericordia gratuitos de Dios. Esta proclamación reconoce que algunas personas y comunidades han sido históricamente desfavorecidas (por ejemplo, huérfanos, viudas, migrantes, refugiados, etc.) y merecen un mayor apoyo.
En cuanto a la diversidad, basta con observar la forma en que Jesús interactuó con personas de todos los ámbitos de la vida. A pesar de las convenciones sociales y religiosas que le desalentaban o incluso le prohibían relacionarse con quienes eran diferentes de su propia comunidad, Jesús atravesó con frecuencia esos límites injustos para relacionarse y ser solidario con quienes eran diferentes a Él, a su familia y a Su círculo inmediato de amigos y seguidores.
Pensemos en cómo puso como ejemplo a un samaritano, el archienemigo de los judíos, cómo alabó la fe del centurión romano o cómo rectificó ante ¡Una mujer sirofenicia! Recordemos Sus múltiples milagros con leprosos, tullidos o ciegos, considerados impuros y malditos de Dios en la mentalidad de la época. No olvidemos tampoco Su constante trato con mujeres, auténticamente notable para la época.
San Pablo profundiza en la Primera Carta a los Corintios para mostrar la diversidad de la comunidad de creyentes y cómo la diferencia no es una debilidad ni un problema, sino parte de lo que significa componer el cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:12-27).
De hecho, Pablo llega a decir: «A los miembros del cuerpo que consideramos menos honorables los revestimos de mayor honor, y a los menos respetables los tratamos con mayor respeto».
No solo predica la realidad y la bondad de la diversidad, sino que también destaca lo que podríamos llamar un trato equitativo precisamente en estos niveles de honor y respeto determinados socialmente.
En cuanto a la equidad, podemos ver aspectos de este tema a lo largo del ministerio de predicación parabólica de Jesús. Constantemente cuestiona las perspectivas normativas sociales y religiosas sobre quién cuenta y quién no, quién merece y quién no, a quién favorece Dios y a quién no. Una de mis parábolas favoritas se encuentra en Mateo 20, cuando Jesús cuenta la historia del dueño de la viña que contrata trabajadores durante todo el día y al final les paga a cada uno el salario de un día completo. Algunos podrían interpretar esto como un ejemplo de "igualdad", donde todos reciben el mismo trato. Lo cierto es que, si bien a todos se les paga lo mismo, cada turno de trabajadores recibe un trato diferente según la generosidad del dueño de la viña (también conocido como "Dios").
Esta parábola también podría interpretarse como el deseo de Dios de que todos sean provistos en función de su necesidad y no necesariamente por su valor social. Como era de esperar, quienes se creen con derecho a más protestan y afirman que esta práctica es injusta.
También podemos ver la predicación de Jesús sobre la equidad en términos del juicio final y cómo será evaluada cada una de nuestras vidas de servicio cristiano. Tenga en cuenta que en Mateo 25 Jesús no menciona el cuidado de la propia familia o amigos, priorizar a aquellos "cercanos" por sobre los demás o apoyar a aquellos considerados "merecedores".
En cambio, Jesús centra la atención, la preocupación, el amor y la misericordia divinas en los encarcelados, los enfermos, los hambrientos, los desnudos, los pobres y los extranjeros. Todos ellos se consideran marginados de la sociedad y, por lo general, se les considera una carga o indignos de cuidado y apoyo.
Lo contrario también es cierto en la enseñanza de Jesús: no solo se da prioridad a los pobres y marginados en el Reino de Dios, sino que también se amonesta a los ricos y se les advierte que «es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios» (Mateo 19:24). Ciertamente, parece que Jesús está del lado de quienes más tienen que perder, en lugar de del lado de los ricos y poderosos. Así nos lo dice expresamente María en su canto del Magnificat: "A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos".
Finalmente, no hay nada más claramente cristiano que trabajar por una mayor inclusión en la sociedad (y en la Iglesia). Ya sea Jesús orando al Padre para que "todos sean uno" (Juan 17:21) o predicando una parábola que invita literalmente a todos a un banquete de celebración (Mateo 22:9-10), ya sea el mensaje de unidad en la diversidad, como se refleja en el famoso pasaje de Gálatas 3:28, o la exhortación de San Pablo a "vivir en armonía unos con otros" (Romanos 12:9-21), el valor de la inclusión se encuentra constantemente en las Escrituras cristianas.
Como católicos, cuando nos reunimos para la Eucaristía cada domingo, celebramos la diversidad de la comunidad unida, no por nuestras preferencias personales ni según grupos de afinidad, sino por el Espíritu Santo que une a todos en Cristo. Si bien no siempre somos fieles al ministerio radical de Jesús de inclusión y compañerismo en la mesa, el modelo divino y el llamado cristiano a ser personas de inclusión se encuentran en toda la Escritura y la tradición.
Así que, independientemente de los términos, letras o lenguaje que usemos, ya sea DEI o cualquier otra cosa, no perdamos de vista los valores que representan. La diversidad, la equidad y la inclusión no son un anatema para la vida cristiana y el discipulado; se encuentran en la esencia misma de lo que significa ser cristiano.
Así como el ministerio radical de Jesús al anunciar el reino de Dios provocó la ira de los poderosos y finalmente Le costó la vida, no nos sorprendamos cuando la proclamación y la acción en nombre de los mismos valores, bajo cualquier otro nombre, provoquen respuestas negativas modernas que buscan sofocar la misión de Dios hoy.
Por Daniel Horan. Traducido, con adaptaciones del National Catholic Reporter
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