Hasta la verdad plena
Siempre que nos detenemos ante la Palabra, aunque no sea más que en el breve tiempo de una reflexión dominical, estamos dando una oportunidad al evangelio.
Dice san Juan en el texto que hemos leído que EL ESPÍRITU OS GUIARÁ HASTA LA VERDAD PLENA. ¿Qué quiere decir esto? Por muchas que sean las trampas, los engaños, las tergiversaciones, los bulos que nos inventemos, la verdad se abre paso en la vida. Porque la verdad, la coherencia, la limpieza de intenciones son cosas que siempre cautivan a los humanos, digamos lo que digamos. Aunque mintamos como bellacos, la verdad nos atrae.
Pero, a causa de nuestra debilidad, nuestro recorrido por la senda de la verdad es corto: nos cansamos, abandonamos, terminamos en la tiniebla de la mentira. Dice Jesús que el Espíritu hará en nosotros una obra increíble: nos llevará a la verdad plena. Ya aquí y desde ahora. ¿Es esto posible? ¿A qué verdad se refiere?
· A la verdad de ser uno mismo ante el otro: vivir sin engaño, tal como uno es, con sus valores y contradicciones. Y aceptarnos así, en esa desnudez.
· A la verdad de ser uno mismo ante Dios: con todas las preguntas e interrogantes, con todas las inquietudes. Vivir la verdad de un Dios que nos estimula y nos sosiega.
· A la verdad de ser uno mismo ante la sociedad: con tu participación y tus abandonos, con tu responsabilidad y tus traiciones.
Esta es la gran obra del Espíritu, algo que se está cociendo en las entrañas de la vida porque, más allá de toda mediocridad, hay personas que van en esa dirección de la verdad honda, misericordiosa. Vivir en esa verdad es hacerlo en honda humanidad.
Circula por ahí una oración atribuida al Papa León XIV donde se dice: «Yo no vengo a ofrecerles una fe perfecta, vengo a decirles que la fe es una caminata, con piedras, con charcos y abrazos inesperados». Esa es la vida en la verdad ahondada del Espíritu de Jesús. No tomes todo esto por vanas teorías. Quizá se te está ofreciendo algo útil para tu alma.
Por Fidel Aizpurúa Donazar. Publicado en Fe Adulta
¿Es necesario creer en la Trinidad?, ¿se puede?, ¿sirve para algo?, ¿no es una construcción intelectual innecesaria?, ¿cambia en algo nuestra fe si no creemos en el Dios trinitario? Hace dos siglos, el célebre filósofo Immanuel Kant escribía estas palabras: «Desde el punto de vista práctico, la doctrina de la Trinidad es perfectamente inútil».
Nada más lejos de la realidad. La fe en la Trinidad cambia no solo nuestra visión de Dios, sino también nuestra manera de entender la vida. Confesar la Trinidad de Dios es creer que Dios es un misterio de comunión y de amor. No un ser cerrado e impenetrable, inmóvil e indiferente. Su intimidad misteriosa es solo amor y comunicación. Consecuencia: en el fondo último de la realidad, dando sentido y existencia a todo, no hay sino Amor. Todo lo que existe viene del Amor.
El Padre es Amor originario, la fuente de todo amor. Él empieza el amor. «Solo Él empieza a amar sin motivos; es más, es Él quien desde siempre ha empezado a amar» (Eberhard Jüngel). El Padre ama desde siempre y para siempre, sin ser obligado ni motivado desde fuera. Es el «eterno Amante». Ama y seguirá amando siempre. Nunca nos retirará Su amor y fidelidad. De Él solo brota amor. Consecuencia: creados a Su imagen, estamos hechos para amar. Solo amando acertamos en la existencia.
El ser del Hijo consiste en recibir el amor del Padre. Él es el «Amado eternamente», antes de la creación del mundo. El Hijo es el Amor que acoge, la respuesta eterna al amor del Padre. El misterio de Dios consiste, pues, en dar y también en recibir amor. En Dios, dejarse amar no es menos que amar. ¡Recibir amor es también divino! Consecuencia: creados a imagen de ese Dios, estamos hechos no solo para amar, sino para ser amados.
El Espíritu Santo es la comunión del Padre y del Hijo. Él es el Amor eterno entre el Padre amante y el Hijo amado, el que revela que el amor divino no es posesión celosa del Padre ni acaparamiento egoísta del Hijo. El amor verdadero es siempre apertura, don, comunicación desbordante. Por eso, el Amor de Dios no se queda en sí mismo, sino que se comunica y se extiende hasta Sus criaturas. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Romanos 5,5). Consecuencia: creados a imagen de ese Dios, estamos hechos para amarnos, sin acaparar y sin encerrarnos en amores ficticios y egoístas.
Por José Antonio Pagola. Publicado en Fe Adulta
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