Dios ha apostado por la humanidad y no puede fallar

«No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo»

El libro del Éxodo es el punto culminante de la epopeya de Israel, pero es también una excelente metáfora del transcurrir de nuestras vidas y la historia de la humanidad hacia su destino: “Desde la cómoda esclavitud de las pasiones, a través del desierto de la vida, acompañados por el Espíritu, hasta la casa del Padre.

El pueblo de Israel se sintió acompañado del espíritu de Dios –el Ángel de Yahvé– hasta que se vio a salvo al otro lado del mar de las Cañas, pero cuando tuvo que enfrentarse a los rigores del desierto y vio pasar el tiempo sin llegar a la tierra prometida, se impacientó, se sintió abandonado y se rebeló contra Dios.

Las primeras comunidades cristianas comenzaron su andadura con el Espíritu a flor de piel,


proclamaron el evangelio con fuerza arrolladora, se enfrentaron a enormes dificultades, fueron perseguidos y asesinados, y todo lo soportaron gracias a la fuerza de ese Espíritu que soplaba en ellos como un huracán. Pero pasó el tiempo y muchos empezaron a impacientarse y desesperanzarse. Y fue este ambiente de desesperanza el que movió a Juan a escribir el Apocalipsis para consuelo de aquellos cristianos agobiados por el sufrimiento y sin esperanza en que las cosas pudiesen mejorar. 

Nosotros corremos el mismo riesgo que los Israelitas del desierto y los primeros cristianos. Hemos confiado en el proyecto de Jesús –el sueño de Dios– pero vemos pasar generación tras generación sin que se vislumbre siquiera el fin de las guerras, del dolor, del sufrimiento, de la injusticia, de la opresión… y nos vemos tentados a preguntarnos: ¿Dónde está la acción del Espíritu que debía empujarnos a trabajar por el Reino con aquella fuerza arrolladora de las primeras comunidades tan fértiles y contagiosas?... ¿Dónde está Su fuerza para suplir nuestra debilidad y no desfallecer en nuestra lucha en favor de un mundo humanizado, civilizado, justo, libre y honesto a la que estamos llamados?

Y nos impacientamos, y nos agobiamos porque nos damos cuenta de que con nuestras fuerzas nunca llegaremos; que es una empresa muy superior a nosotros y no terminamos de ver que el Espíritu de Dios nos esté acompañando… Y nuestra fe se tambalea y nos sentimos condenados a vivir en un mundo que se rige por sus propias leyes y camina errático hacia ninguna parte…

Y Juan nos echa una mano en el texto de hoy: «No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo»… Tened fe en el triunfo final de Dios; mirad con optimismo el destino de la humanidad; no caigáis en la desesperanza; confiad en que el Espíritu de Dios está con nosotros y que algún día dejaremos de vagar por el desierto y llegaremos también a la Patria…

Porque Dios ha apostado por la humanidad y Dios no puede fallar.

 

Por Miguel Ángel Munárriz Casajús. Publicado en Fe Adulta

El evangelio de este domingo, del Tiempo de Pascua, empieza con una frase que determina todo el contenido de este evangelio y también el contenido de nuestras vidas:

“Si alguien me ama, guardará Mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”

Para que podamos vivirlo nos envía dos ayudas que hacen posible que podamos realizar y experimentar esa vivencia:

-nos garantiza el amor del Padre, del Abba querido de quien procede ese amor y que actúa a través del Espíritu, Ruah.

-y nos regala Su paz, el Shalom, que es mucho más que ausencia de guerra o violencia, es plenitud; es experiencia de vida en relación con la Vida en todo y en todxs.

Volvamos a la frase central que inicia el texto. Hay una única condición que lo envuelve y determina todo: el amor. 

¿De qué calidad de amor estamos hablando?

De un amor eterno, que no se materializa en un futuro, sino en el presente en el que el creyente, la discípula, ya está habitada por la divinidad y lo sabe y lo vive.

La Ruah ha encontrado en nosotros su hogar, su morada. La vida de la discípula y el discípulo está llena de la vida, del aliento y de la fuerza del Espíritu.

La discípula y el discípulo nos convertimos así en morada de Jesús, en Su espacio vital desde donde actúa, hoy. Nuestra vida está completamente permeada por la vida de Dios.

Entiendo que tal vez no es fácil asimilar, incluso creer esta buena noticia. Se me ocurre el sencillo y maravilloso ejemplo de un embarazo: la vida de la madre queda completamente unida e interconectada a la de la criatura. Por ambas corre la misma sangre, la misma vida. Y la fuerza de esa vida se nota, se siente, se materializa en una criatura nueva. No hay vuelta atrás. Sólo accidentalmente.

Así la vida de Dios en nosotras. Somos uno con la divinidad y con el cosmos, con todo lo que es vida. De alguna manera el cosmos es el “cuerpo” del Espíritu, y no menos cada una de las personas que nos dejamos inhabitar, que dejamos que el Amor nos habite.

Si se separa la criatura de la madre, la vida se detiene. El proceso se interrumpe. Por eso se nos insiste tanto en esa relación de amor, que se nutre a través de ese cordón umbilical: es la oración-relación de apertura a la Palabra, al Espíritu, para dejarnos guiar en la misión encomendada.

Dice Teilhard de Chardin “el Espíritu y nosotros no somos dos, somos seres espirituales viviendo una aventura humana”.

Sobran las palabras.  Contemplemos esas verdades que necesitamos vivenciar para dar vida al mundo.

Y, además, para que no dudemos ni flaqueemos, nos regala su Paz, su Shalom, que significa plenitud de vida y de gozo. Lo cual nos permite estar unidas a todo, dando vida, siendo vida y aliento en un mundo des-alentado. No minimicemos nuestro legado.

Es imprescindible, para vivir todo ese legado sin miedo y sin sentir una exigencia o peso, que lo acojamos como lo que es: un legado; somos morada, somos depositarias de la vida de Dios, y con ella extendemos Su presencia, proyectamos Su bondad y Su justicia.

Como la mujer embarazada proyecta su propio ser en un ser nuevo, que no dependerá de ella, pero estará lleno de ella, y aún sin darse cuenta, usará ese legado, esa vida, en todo lo que es, dice, hace. No lo puede separar de su ADN.  Así las discípulas y discípulos. Somos presencia viva de la vida de Dios, seamos conscientes o no. Somos ministros y ministras de Su presencia. ¡Interesante!

¡Feliz Tiempo Pascual! No nos lo perdamos. Y más con todo este movimiento eclesial de estas últimas semanas, nuestra vida de fe, de discipulado activo, no puede depender de un papa u otro, de una eclesiología u otra. Somos adultos y la experiencia de ser habitados por Dios, de ser Su rostro hoy, es lo que da consistencia y sentido hondo y absoluto a nuestra existencia.

Por Magda Bennásar Oliver, sfcc. Publicado en Fe Adulta

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