La noche en la que encontré a Dios en el fregadero de la cocina

No pretendíamos que fuese así pero según hemos ido progresando en nuestro matrimonio, hemos ido asumiendo roles más estereotípicos que atípicos. Así, en resumen, la mayor parte del tiempo mi mujer, Gillian, cocina y yo lavo los platos.

Aquella noche, me dejé caer por la cocina tras caer dormido junto a la cama de mi hijo. Los platos estaban en el fregadero, todavía sucios tras la cena, y Gillian estaba preparando la comida del día siguiente. Pensé en un momento en dejar el fregado para la mañana siguiente pero sabía que una parte de mí no lo apreciaría así que me deje de dilaciones. Rellené el fregadero de agua y comencé a lavar. 

A través del Bluetooth llegó la voz de Krista Tippet, que presenta "Sobre el ser" en NPR, introduciendo a su invitada -la poeta Mary Oliver-. Tippett estaba recordando una conversación que nunca había escuchado, así que mis oídos se agudizaron mientras fregaba.

Gillian y yo no hablamos mucho aquella noche. No estábamos enfadados, simplemente estábamos cansados. Cansados de criar a un niño de tres años. Cansados de mantener un hogar con todos los dolores y enfermedades de setenta años.

Sobre todo, cansados de la muerte. La semana anterior, dos de nuestros mentores y amigos habían fallecido inesperada y repentinamente. No se conocían, cada uno pasó de su propia y rápida manera. 

Cada uno de ellos tenía personas mucho más próximas en sus vidas que nosotros, pero de todas formas eran individuos con los que hablábamos casi cada día de una o de otra manera. Esa noche, dejábamos atrás una semana que había comenzado con sus muertes y terminado con sus funerales.

Aquella noche, nuestra labor nos mantenía unidos al suelo sobre el que nos alzábamos y a las tareas que desarrollábamos mientras nuestros corazones y nuestras mentes buscaban un lugar suave en el que aterrizar.

Entonces, abriéndose paso hacia mi mente en búsqueda, llegó la voz de Mary Oliver:

"La cuestión es: ¿Cómo será después del último día? ¿Flotaré en el espacio o me desgastaré en la tierra o en un río -sin recordar nada-?"

Estaba leyendo "El cuarto signo del zodiaco" de su colección Caballos azules. Un poema sobre su batalla contra el cáncer de pulmón y sobre hacer lo mejor con lo que le va quedando. Puedes leer el poema completo aquí. 

Gillian y yo dejamos de trabajar mientras leía. Nos acercamos mientras ella seguía.

"Lo sé, nunca has pretendido estar en este mundo. Pero lo estás, así que, ¿por qué no comenzar inmediatamente? Quiero decir, a pertenecer a él. Hay tanto que admirar y por lo que llorar. Y sobre lo que escribir música o poemas. Benditos los pies que te llevan y te traen. Benditos los ojos y los oídos que escuchan. Bendita la lengua, la maravilla del gusto. Bendito el tacto."

Soy consciente de que nunca seré capaz de valorar lo suficiente la vida. Soy demasiado humano para ello. Pero la muerte abre la puerta del corazón de maneras inesperadas. A veces te obliga a adquirir consciencia de tu propio cuerpo -del regalo que es- y a considerar todo lo que te queda por dar, no importa lo cansada que esté tu alma.

Afortunadamente, para ofrecernos fortaleza cuando más la necesitamos, Dios nos visita en todo tipo de lugares. Aquella noche, el Espíritu llegó con toda Su ternura en el lugar en el que menos le esperaba- en el fregadero de la cocina después de un día largo, en la quietud de mi hogar, sanando las roturas de mi corazón-.

Me enseñó a agradecer todo lo que había dejado. Me enseñó que queda mucho trabajo que hacer.

A ti tal vez también te visite allí. O en cualquier otro lugar, donde menos te lo esperes. Tomando una lección de Mary Oliver, parece que lo único que tenemos que hacer es apreciar el mundo y el trabajo que está en frente de nosotros. Es lo que Dios nos dio y es por dónde tenemos que comenzar.

Por Christian Mocek. Traducido del National Catholic Reporter

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