¿Qué es la ideología de género?
Por José Antonio Marina. Publicado en El Confidencial
El debate político es fundamentalmente una lucha
por el poder basada en presupuestos ideológicos. En general, el
ciudadano no tiene tiempo ni interés para intentar conocer cuáles
son esos presupuestos, y se contenta con eslóganes contundentes…
y engañosos. Son los “sistemas ocultos” de los que les hablo
con frecuencia. Aunque sea ir contracorriente, creo que la función
más urgente de la filosofía es explicar el contenido oculto de
palabras o conceptos que manejamos con notoria ingenuidad, y que
influyen decisivamente en nuestra vida.
El gran genetista Theodosius Dobzhansky afirmó:
“Nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la
evolución”. Lo mismo se puede decir de las creaciones humanas.
Ninguna creación cultural- desde las creencias individuales hasta
los movimientos sociales- puede entenderse sin interpretarla como la
síntesis de una evolución. Prescindir de ella nos convierte en
marionetas que desconocen los hilos que las mueven. Por eso, en los
próximos meses, si mi director me lo permite y los lectores lo
aceptan, me gustaría hacer una “genealogía del presente”,
intentando averiguar cómo hemos llegado a donde estamos, o en qué
pensamos realmente cuando estamos pensando en algo.
Comencemos. ¿En qué piensa usted cuando usa la
expresión “ideología de género"? En las últimas
semanas se ha hablado mucho del tema, y es posible que vayan a
reproducirse los apasionados debates que ha habido en otros países,
por ejemplo en Francia. Los tres últimos Papas la han criticado
como un gran peligro, “una fuerza diabólica”, señala una
autoridad vaticana. “El nuevo chiringuito de la izquierda”, según
'Libertad Digital'. El arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo,
considera que el feminismo radical está "amasado de
supremacismo, resentimiento e ideología de género" y tiene
"inequívocos orígenes marxistas". Se acusa en muchos
medios de que esta ideología está penetrando en los programas
educativos de algunas comunidades. ¿Por qué estos ataques y esta
alarma? Acudiré a la historia, pero al hacerlo voy a prescindir del
término “ideología”, que ya incluye un juicio peyorativo. Un
libro recientemente aparecido en Francia- 'La croissade anti-genre',
de Massimo Prearo,- sostiene que es una creación vaticana para
demoler posiciones feministas. ¿Hay algo de verdad en esto?
La categoría sociológica y política de “género”
se origina en una parte de los movimientos feministas. El
feminismo es un fenómeno reivindicativo, plural, complejo, cambiante
y, fundamentalmente, justo. Se suele hablar de tres olas. La
primera comienza en la Revolución Francesa, aspira a la igualdad de
derechos y continúa con los movimientos sufragistas. Es el
feminismo de la igualdad.
La segunda surge alrededor de los años 70.
Muchas de las reivindicaciones legales se han conseguido en
Occidente, pero pensadoras estadounidenses- sobre todo, aunque en la
estela de Simone de Beauvoir-, consideran que eso no es bastante
porque existe una “dominación estructural” masculina, que
penetra todas las formas sociales, y que no se arregla con una
cosmética jurídica. No solo afecta a la vida pública, sino también
a la privada. “Lo personal es político. El sexo es
político”. El tema central ya no es la igualdad legal, sino la
lucha contra la sociedad patriarcal y su esencia, que es afán
de poder. Aparece la noción de “género” como categoría
para analizar esa situación. En un relevante artículo, Joan Scott
señaló con razón su gran utilidad para el análisis histórico.
“Género” designa los construcciones sociales elaboradas en
cada momento para organizar la división sexual. Incluye la
fijación de roles y de valores transmitidos por una sociedad, que
son asimilados de forma inconsciente por sus miembros.
Por ejemplo, en las sociedades que admiten la
ablación sexual, son las madres quienes la quieren para sus hijas.
Han interiorizado la idea de que las niñas no serán verdaderas
mujeres hasta que no la sufran. Pero la noción de género sirve para
ambos. Hay también una construcción social de la masculinidad.
Sin embargo, cuando se habla de “ideología de género” se habla
solo de “género femenino”.
A lo largo de la historia esa división se ha
utilizado como un elemento de dominación que era necesario
desmontar. El sexo es una división biológica (macho-hembra),
mientras que el género es una división cultural (mujer-varón).
Lo que el feminismo de género quería mostrar es que el afán de
poder del patriarcado había convertido en “biológico” roles
femeninos que eran meramente culturales. En esa confusión
cayeron muchos filósofos y muchos teólogos. Durante siglos se había
establecido una idea devaluadora de la mujer, cuyos dogmas
centrales eran: la mujer es intelectualmente inferior, la mujer es
peligrosa, porque el hombre no puede resistirse a sus hechizos
(recuerden el papel de Eva), la mujer es pasional e incontrolada, por
eso tenía que estar sometida a la tutela del padre o del marido.
Esta inicua utilización de la idea de “naturaleza” como fuente
de derechos hizo que el movimiento feminista rechazara en bloque la
noción de “naturaleza” como fuente normativa, con toda razón.
En ese punto confluyó con los movimientos
homosexuales, a quienes se había tildado siempre de ir
“contranatura”, y con los movimientos contra la segregación
racial. Hasta aquí es difícil no estar de acuerdo, pero en los
años 80 se puso de moda una teoría filosófica que convirtió la
realidad entera en “construcción cultural”, lo que dio
origen a exageraciones ridículas. Fue muy comentado el 'Escándalo
Sokal'. Un prestigiosa revista –'Social Text'- publicó un articulo
escrito por el físico Alan Sokal, titulado 'La transgresión de las
fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad
cuántica'. Lo que venía a decir es que la gravedad cuántica era un
constructo social, es decir, que existe solamente porque la sociedad
se comporta como si existiera, por lo tanto si no creyéramos en ella
no nos afectaría. Una vez publicado, Sokal reveló que todo era una
patraña dirigida a mostrar la falta de sentido crítico de las
teorías de la “construcción social”.
También en el movimiento feminista aparecieron
exageraciones. Elizabeth Badinter se hizo popular por afirmar que
el “instinto maternal” apareció en el siglo XIX y era una
creación machista. La maternidad era la nueva esclavitud. Formaba
parte de la institución “familia patriarcal”, que se
consideraba nefasta para las mujeres. Las mujeres que querían
dedicarse a criar a sus hijos, aunque lo hicieran voluntariamente,
fueron consideradas traidoras al feminismo, lo que hizo que muchas de
ellas se apartaran del movimiento. La crítica feminista se dirigía
a la “familia tradicional”, pero muchos lo entendieron como un
ataque a la familia a secas. Se produjo así una de las decisiones
políticamente más torpes por parte de la izquierda: dejaron que los
conservadores se adueñaran de los valores de la familia, cuando
ellos habían promovido muchas de las medidas más eficaces a favor
suyo. Además, incluso el feminismo, que reconocía la importancia de
su labor reproductiva, se quejó de que había sido usurpada por el
varón. En parte, tenía razón. En el derecho romano, el padre
decidía si aceptaba al hijo o no. La patria potestad durante mucho
tiempo era por vía paterna. Como reacción, hubo un movimiento de
rechazo de la figura paterna, el eclipse del padre, que ha sido
acentuado por las nuevas técnicas reproductivas.
El rechazo del concepto “naturaleza” se
expandió. Ya no era solo el “género” lo que era una
“construcción cultural”, sino el mismo sexo. Con esto llegamos a
la tercera ola, en los 90. Les recuerdo que la primera ola fue el
feminismo de la igualdad y la segunda el feminismo de género. La
tercera fue el feminismo de la diferencia. Comenzó con una
afirmación muy sensata: la reivindicación de la igualdad es
jurídica, social y económica, no tiene por qué ser psicológica.
Había que reivindicar los sentimientos y, sobre todo, el deseo
femenino –proscrito durante siglos. Las mujeres debían pensar
su propia identidad femenina. Pero la preocupación por la
búsqueda de la identidad se volvió perturbadora en una sociedad
líquida, en la que se comenzaba a hablar de “personalidades
ameboides”. Una parte de las feministas defendió la identidad de
género, de la comunidad femenina, pero en plena pasión identitaria
eso no era bastante.
El género era demasiado generalizador. Se empezó
entonces a hablar de géneros múltiples, y se acabó rechazando
la idea de género porque no defendía lo suficiente el derecho a la
diferencia. Judith Belladona y Barbara Penton rechazaban toda
identidad sexual en nombre de “la lucha contra cierta
prohibiciones, otros tabúes, otros moralismos, otras normas.
Sentimos en nuestro cuerpo no un sexo, ni dos, sino una multitud
de sexos”. Esto era un fruto tardío de una ancestral
mezcolanza de biología, moral, derecho, intereses, concentrada en el
tema de la sexualidad.
Esa situación produjo una nueva fractura en el
feminismo, porque muchas pensadoras se dieron cuenta de que la
primacía del “derecho a la diferencia” dejaba inermes a su
defensoras. ¿Qué podían decir a quienes defendieran un
“derecho a la diferencia” desde el machismo? Nada, porque la
única apelación era a la universalidad de los derechos
fundamentales, que era lo que negaban. La “hiperidentidad” se
mezcló aquí con el pensamiento posmoderno, que proscribía la
universalidad de la naturaleza. La libertad debía llegar hasta la
“libertad de elección de identidad”, incluida la identidad
sexual. Por de pronto había que negar las divisiones dicotómicas.
Macho y hembra eran los dos extremos de una variada serie de
estados “intersexuales”, entre los que se podía elegir.
La negación de una naturaleza humana puso en pie de
guerra a la iglesia católica porque toda su moral sexual está
basada en la idea de “naturaleza”, de manera que su negación
implicaba par ella un relativismo absoluto o, lo que es lo mismo,
una completa anomia. Esta es la razón de que considere tan deletérea
la ideología de género.
Con este resumen solo he
pretendido mostrarles las tensiones, contradicciones, verdades,
exageraciones y falsedades que hay en la “ideología de género”.
Tan injusto es aceptarla en bloque como demonizarla en bloque.
Conviene recordar que una gran parte de las mujeres del mundo
necesita la ayuda de un feminismo de la igualdad, defendido por
todos. Hay que defender el “derecho a ser niña”, como defiende
Save the Children.
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