Esperar la extravagancia, superar la pasividad

"No hay nada que no merezca la pena hacer que no merezca la pena exagerar". Así hablaba uno de mis maravillosamente irreverentes amigos de la universidad. Por impúdido que suene, me recuerda el primero de los signos de Jesús recogidos en el Evangelio de Juan. El académico bíblico Silvano Fausti dice que esta historia "intenta mostrarnos de un vistazo lo escandalosamente distinto que es Dios de como lo imaginamos".

De verdad, ¿qué celebración de una boda necesita seiscientos litros de vino? Pero esa es la historia que Juan nos narra. El mensaje teológico parece ser que Dios está dispuesto a ir a los extremos -y no necesariamente de la clase sobre la que habitualmente se predica-.

Aunque probablemente hayamos escuchado que las bodas de Caná muestran que Jesús bendice el matrimonio, la historia se queda miserablemente corta a la hora de abordar los detalles del matrimonio. El único contrayente que, al menos, es mencionado, es el novio anónimo, y su único papel es escuchar que el vino nuevo es mejor que el antiguo.

Los personajes principales de la historia son dos de los invitados a la boda: Jesús y Su madre. Los personajes secundarios son los sirvientes. La familia, los discípulos, los contrayentes, etcétera, son solo extras. Todo el argumento gira en torno al vino. Juan el Bautista y sus ascéticos discípulos entrarían en shock.

Obviamente, no es un relato sobre el matrimonio y la familia. En cambio, es una historia sobre una fiesta de boda. En el Evangelio de Juan, es el primer acto en la misión del Mesías de llevar a plenitud la unión entre Dios y la humanidad.

Juan el Evangelista llama a este el primero de los "signos" de Jesús, acontecimientos que habitualmente llamamos milagros. Pero los signos de Jesús fueron mucho más que milagros puntuales. Los signos de Jesús anunciaban que algo radicalmente nuevo estaba sucediendo. Podríamos considerar el signo del vino de la boda como una parábola viviente, una representación que explicó la primera declaración por Jesús de Su misión cuando manifestó: "Este es el tiempo de cumplimiento. El Reino de Dios está cerca" (Marcos 1:15).

Juan no presta ninguna atención al novio ni a la novia porque el relato trata sobre el matrimonio entre Dios y Su Pueblo. La boda sin vino es la situación en la que las antiguas tradiciones, como las tinajas ceremoniales vacías, han perdido su poder.

Esta boda es un rito sin vida. Los principales intervinientes no tienen nombre, los discípulos son meros observadores. La gente cumple con las rúbricas, pero no hay ninguna pasión. Es como si se pensasen que es lo que se supone que tienen que hacer, pero no tienen ni idea de por qué creen todavía en ello. Cualquiera podría hacer lo que ellos están haciendo y no habría ninguna diferencia.

Entonces, la madre de Jesús entra en escena. Como representante de la esperanza de Israel, del potencial de Israel para dar vida, protesta. Una boda sin vino es una liturgia sin pasión, un sacrilegio.

El siempre enigmático Jesús responde que su hora todavía no ha llegado. Pero la madre de Israel, confiando en que su oración no quedará sin ser escuchada, dice a los sirvientes: "Haced lo que Él os diga". Como Moisés que ordenó a su pueblo elegir la vida, instruyó a los sirvientes de Dios a obedecer la palabra de Jesús.

Esto lleva la escena al climax. Jesús les pide a los siervos que hagan algo muy sencillo. Les dice que que completen las prácticas religiosas que han permitido que cayesen en la negligencia. Su obediencia Le proporciona la materia prima necesaria para obrar Su signo. Cuando han llenado las tinajas, han demostrado su corazón y Dios tiene algo nuevo con lo que trabajar.
llenen las tinajas ceremoniales vacías. Les dice
En una historia que encontrará un eco en el relato de los panes y los peces, Jesús tomó lo poco que pudieron proporcionarle y lo transformó en superabundante. Juan nos dice que este acontecimiento supuso la primera revelación de la gloria de Jesús y que los discípulos comenzaron a creer en Él.

Según el Evangelio de Juan, fue este el signo primordial de Jesús, el acontecimiento que abrió el camino a todo lo que estaba por llegar. Jesús dijo que Su tiempo todavía no había llegado, pero María creyó que Su sola presencia significaba que el tiempo estaba maduro.

Podemos estar viviendo en la misma zona horaria que los invitados de Caná. Demasiados de nosotros nos hemos acostumbrado a la sequedad espiritual. Como pasivos invitados a la boda, cumplimos con los ceremoniales sin grandes expectativas. El verdadero escándalo al que apunta el relato no es el vino, sino la pasividad.

Hoy, María nos dice que si queremos que las cosas sean diferentes, si estamos dispuestos a afrontar el riesgo de la experiencia del amor de Dios, es tiempo de volvernos a Jesús y hacer lo que Él nos diga. Es tiempo de grandes expectativas. 

Por Mary Mc Glone. Traducido del National Catholic Reporter

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