Cuando hay que hablar
Callar es no decir conscientemente algo. Los motivos por los que uno
omite decir algo son variados. Unos pueden ser buenos; otros no tanto.
No saber es un buen motivo para callar. Hay gente que opina sobre todo.
Opinan sobre lo que desconocen. Más les valdría callar, no solo porque
no aportan
nada, sino porque normalmente hacen el ridículo. Otro motivo
para callar es no querer responder a un insulto o a un gesto descortés.
El que calla por este motivo puede ser una persona pacífica y educada,
que no quiere provocar discusiones inútiles.
Hay ambientes que favorecen el hablar y otros que invitan a callar.
Un ambiente amistoso invita a las personas a comunicarse con confianza,
sabiendo que sus palabras no serán mal interpretadas ni utilizadas en su
contra. Desgraciadamente hay familias o grupos en los que hay padres o
jefes que quieren controlarlo todo, que no admiten que nadie discuta sus
opiniones, en suma, hay dictadores que provocan miedo. Ante ellos, sus
subordinados guardan silencio, no por respeto, no porque están de
acuerdo con el padre patrón, sino porque tienen miedo de que la reacción
del patrón les dañe aún más de lo que les daña su sola presencia.
Cuando en una familia o en un grupo hay silencios ante el jefe, es un
claro signo de que no hay familia ni fraternidad. A veces se dice que
“el que calla otorga”. Hace tiempo escuché decir a un compañero que, en
una comunidad, el que calla no otorga nada. Y si le fuerzan a hablar, en
este forzarle queda clara la dictadura imperante; por eso, el que habla
forzado, diga lo que diga, no tiene ninguna responsabilidad. Y lo mejor
que puede hacer es decir lo que el jefe o la jefa quieren oír.
A veces callamos cuando es más necesario que nunca que hablemos. Por
ejemplo, cuando en un colectivo se comete una injusticia contra uno de
sus miembros, los que callan se hacen directamente cómplices de la
injusticia. El silencio o la resignación no es una buena postura ante el
mal o la injusticia. Naturalmente, a la hora de protestar es necesario
ajustarse a la verdad y tomar las necesarias medidas de prudencia, para
que la protesta sea lo más efectiva posible. Importa dejar clara la
obligación moral de que hablen aquellos que pueden, cuando otros no
pueden o no saben hacerlo, aunque los modos y maneras de este hablar
dependan de las circunstancias.
Hay silencios cobardes que suelen esconder deseos de medrar, búsqueda
de poder. Esos silencios cobardes de los que callan, cuando podrían y
deberían hablar, favorecen la mentira, la injusticia, el abuso y la
prepotencia. Por el contrario, el abuso y la mentira se reducen, y
terminan desapareciendo, cuando se escuchan palabras equitativas y
verdaderas.
Por Martín Gelabert, OP. Publicado en dominicos.org
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