Dios ama a mis enemigos

La buena noticia de Jesús no es simplemente que Jesús me ama. Por supuesto, eso es una parte de la buena noticia, pero el amor de Dios es algo mucho más profundo. El mensaje verdaderamente radical del Evangelio es este: Dios ama a mis enemigos. Para ser como Jesús, tengo que amar a mis enemigos también.

A menudo no me dejo hundir lo suficiente en esto: en la incomprensible naturaleza del amor de Dios. El mensaje de que Jesús me ama, de que ama a aquellos que yo amo -eso no es nada especial-. Cualquier sistema religioso, cualquier creencia en Dios habla de eso. En cualquier religión humana, el centro del universo moral siempre soy yo. Pero Jesús apunta completamente más allá. Su mensaje me quita del centro del universo moral. Dios mismo se convierte en el centro.

El Dios al que Jesús apunta no me pertenece. No pertenece a aquellos a los que considero buena gente. Es el Dios de todas las personas, de todas Sus criaturas, de toda la creación. Dios hace llover sobre justos e injustos por igual.

Dios ama a mis enemigos tanto como me ama a mí. Incluso cuando me están hiriendo. Dios amó a los enemigos de Jesús incluso mientras le estaban clavando en la Cruz. Jesús amó tanto a Sus enemigos, que estuvo dispuesto a dar Su vida y a sufrir una muerte vergonzosa.

Para mí, esto sigue siendo incomprensible. Lo admito, no lo pillo. Escribir estas palabras es una cosa; digerir su verdad es otra.

¿Qué me supondría creer verdaderamente y abrazar el hecho de que Dios ama a mis enemigos? Jesús murió por sus enemigos. Si quiero ser como Jesús, tengo que estar dispuesto a morir por mis enemigos.

Debo estar preparado para entregar mi vida. No porque tenga que hacerlo, no porque me sienta culpable. Desde luego, no porque me sienta justo. Debo estar preparado para darlo todo por aquellos que me hieren, me traicionan y me roban. Si quiero ser como Jesús, debo amar a aquellos que me amenazan.

Esto es algo difícil de tragar. No solo resulta sobrehumano o sobrenatural, sino inhumano y antinatural. Nada en mi genética me anima a amar a mis enemigos, ni a rezar por aquellos que me persiguen. No hay ningún instinto natural para arriesgarme por aquellos que me odian.

Y sin embargo eso es exactamente a lo que Dios nos llama. Lo que nos parece natural, lo que se ha convertido en natural en nuestro mundo caído, es de hecho antinatural. Dios creó el universo bueno, en unidad interna y con el Creador. Pero vivimos en una versión rota de la simbiosis que Dios construyó en la creación.

La caída de nuestra realidad presente se manifiesta en cómo respondemos a los enemigos. En esta

naturaleza caída, el perdón es imposible. La violencia y el odio son fáciles. Es duro obrar de la forma que sabemos correcta.

Necesito la gracia de Dios para responder a este mundo con amor. Necesito la ayuda del Espíritu para ser capaz de distinguir entre justicia y venganza. Necesito la guía de Jesús para ver el rostro de Dios en aquellos que me decepcionan, me incomodan y amenazan mi vida.

Para mí, significa ir dando pasitos de bebé. Quiero abrazar la valentía de Jesús en la Cruz para pedir el perdón de Dios para aquellos que me atacan y me matan. Pero probablemente debería comenzar perdonando a aquellos que robaron mi cortacésped.

Necesito ser fiel en las pequeñas cosas si quiero estar preparado para los grandes retos.

Sobre todo, necesito a otros que sean Cristo para mí. Necesito a personas en mi vida que me perdonen cuando hago algo mal. Personas que me muestren amabilidad cuando les he provocado un mal. Mi salvación está ligada a aquellos que me muestran el amor de Jesús cuando yo solo estoy lleno de odio. 

Doy gracias a Dios por la manera en la que me alcanza a través de los demás. Estoy agradecido por aquellos que hacen brillar la luz de Dios sobre justos e injustos. Incluso cuando el injusto soy yo.

Traducido de Micah Bales