Sin doctrina, nuestra moral es solo una más

El pasado domingo, el sermón que escuchaste probablemente se centró en la articulación por el Señor Jesús de una "ley superior", en su llamada a ofrecer la otra mejilla, a dar el manto además de la túnica, a caminar la milla extra. O puede que hayas oído sobre como la gracia perfecciona la naturaleza, ya que ninguno de nosotros puede ser "perfecto como nuestro Padre celestial es perfecto" sin grandes dosis de gracia divina. O el homilista tal vez se centró en la carta de San Pablo a los corintios, con su advertencia contra el orgullo humano y su recuerdo de que somos templos del Espíritu Santo.

Me gustaría llamarte la atención sobre la primera lectura, del Libro del Levítico. Es un pasaje breve, así que es fácil reproducirlo íntegramente:

El Señor dijo a Moisés: "Sed santos, porque Yo, el Señor, tu Dios, soy santo. No sentirás odio por tu hermano o por tu hermana en tu corazón. Aun cuando tengas que reprobar a tu prójimo, no incurras en pecado por él. No tomes venganza ni guardes rencor contra nadie de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor".

El mensaje muestra lo incorrectas que son esas fáciles caricaturas de las escrituras hebreas y de la ley que contienen como duras e inmisericordes, un hecho confirmado por el hermoso salmo que cantamos: "Misericordioso es el Señor, lento a la ira y rico en misericordia. No nos juzga según nuestros pecados ni nos castiga según nuestras faltas".
El autor del Levítico hace algo más, sin embargo, algo de una importancia vital y que a menudo, me temo, pasa desapercibido en la predicación y en la catequesis. Antes de llamar a Israel a no sentir odio por el hermano o la hermana, a no tomar venganza y a amar al prójimo como a nosotros mismos, el autor señala la base doctrinal de la moralidad que sigue: "Sed santos porque Yo, el Señor, tu Dios, soy santo".

Demasiado a menudo, a nosotros los católicos no se nos enseñan los vínculos entre nuestras afirmaciones doctrinales y nuestras afirmaciones morales, sean tales afirmaciones morales sobre justicia social, sobre moral sexual, sobre conducta personal. Nuestra doctrina es aislada de nuestra moralidad, y los diferentes aspectos de la moralidad son separados los unos de los otros. Esto facilita ese "catolicismo de cafetería", tanto a derecha como a izquierda, pero hace algo peor. Cortada de sus raíces doctrinales, nuestra religión es facilmente reducida a moralismo y en una cultura comercial, vibrante, seductora como la nuestra, ese moralismo es improbable que sobreviva al torbellino de experiencias y propuestas.

Hace dos años, leí y reseñé el maravilloso libro de Meghan Clark, "La visión del pensamiento social católico: la virtud de la solidaridad y la praxis de los derechos humanos". Tras mencionar sus muchos logros en el campo del pensamiento social católico, escribí:

"La contribución más importante de su trabajo, sin embargo, es el examen por Clark de la antropología filosófica y teológica que subyace a la enseñanza social de la Iglesia. Frente a los críticos conservadores que cuestionan el valor o la naturaleza vinculante de las enseñanzas de la Iglesia sobre justicia social, Clark demuestra que estas mismas enseñanzas se fundan en los mismos principios que dan pie a la enseñanza de la Iglesia sobre moral sexual o sobre la dignidad de la vida humana.

La persona humana es creada a imagen de Dios, pero para el cristiano ese Dios es trinitario. La imago dei es una imago trinitas. La excelencia moral humana, concebida como un logro personal, individualizado, privado, no es suficiente. La Iglesia enseña, y el católico está llamado, a imaginar y trabajar por una sociedad en la que los vínculos de solidaridad sigan el modelo del amor interminable y donativo que es, en si misma, la Santísima Trinidad.

El Credo de Nicea que recitamos cada domingo no menciona ninguna afirmación ética particular. Ni prohíbe el aborto ni defiende el salario mínimo. Pero, explica Clark, todas las enseñanzas de la Iglesia están enraizadas en una comprensión de la persona humana que, por su parte, tiene por raíz al Dios Triuno que confesamos en el Credo. Este vínculo nunca ha sido mostrado tan clara y convincentemente como lo ha logrado Clark aquí".

 Cuando escucho a un católico conservador argumentar que la subida del salario mínimo es una mera cuestión de juicio prudencial, me averguenzo porque, sin darse cuenta, está negando que la manera en la que tratemos a nuestros compañeros de camino, hombres y mujeres, está llamada a reflejar el amor que hay entre las personas de la Trinidad. Cuando escucho a un católico liberal decir que Dios no tiene nada que decir sobre el amor humano y sexual, me averguenzo por la misma razón. Comprometerse con el dogma no significa convertirse en un dogmático. Y sin tal compromiso con el dogma, la fe católica es simplemente ser amable. "¿No hacen los paganos lo mismo?", preguntó Jesús en el Evangelio.

Predicadores: permitid a vuestro pueblo escuchar cómo nuestras afirmaciones morales están enraizadas en nuestras afirmaciones doctrinales. A menudo he retado a mis amigos obispos diciéndoles que si diésemos a todos los obispos un papel, un bolígrafo y cinco minutos y les pidiésemos que escribiesen el vínculo entre la doctrina de la Trinidad y,digamos, la enseñanza de la Iglesia sobre el salario mínimo, estoy bastante seguro de que las respuestas no serían nada consoladoras. Sin embargo, sin tal conexión, nuestra moral es solo una más entre tantas propuestas, incapaz de persuadir, débil para unos y reaccionaria para otros, pero de ninguna manera un estilo de vida sugerente y vibrante.

John Henry Newman escribió: "Desde que tenía quince años, el dogma ha sido el principio fundamental de mi religión: no conozco otra religión; no puedo concebir la idea de otro tipo de religión; la religión como sentimiento, para mí, es una burla y una parodia". Cuando tenía quince años, me importaban más los Red Soux pero cuando me aproximo a los 55, estoy completamente de acuerdo con Newman. La región como sentimiento es una burla y una parodia. Nuestra religión, la católica, es una religión dogmática. Espero que los predicadores aprovechen la ocasión de cualquier cuestión moral para reafirmar las verdades dogmáticas de las que tal moralidad surge.

Por Michael Sean Winters. Traducido del National Catholic Reporter

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