Hacia un mundo desconocido

Al hablar con los niños y con los jóvenes, muchas veces tenemos la sensación de que viven en un mundo que no es en el que nosotros crecimos. Los padres de familia y los educadores sienten miedo al intentar comprender su universo de relaciones (más virtuales que presenciales), qué herramientas usan o a qué se exponen.

San Francisco Javier también se enfrentó a un mundo desconocido. Navegó muy lejos y descubrió gentes y cosas muy extrañas y curiosas. A un ser humano que ponía al descubierto mucho de lo que su sociedad tapaba y camuflaba por miedo, convención o vergüenza: lo mejor y también lo peor. 


Fue valiente en lo exterior, pero también en lo interior. Porque se aventuró a ver a Dios presente y actuante en aquellos pueblos que no Lo conocían. En ellos le esperaba para ser Él también evangelizado. Ofreciendo a Dios toda su memoria, entendimiento y voluntad y dejándose hacer por Su amor y su gracia, no se dejó engañar por el buenismo que canoniza todo lo que es distinto y novedoso, ni tampoco condenó todo lo que le resultaba extraño. Cavó y plantó, sembró y podó, destruyó y edificó. Todo por la mayor Gloria de un Dios que habitaba en medio de Sus criaturas sensando y haciendo un templo de ellas. Sin miedo a lo desconocido, sin miedo a los hombres, sin miedo a los peligros, sólo con temor de Dios. 

Su vida nos estimula a dialogar con este continente extraño y a la vez cercano que se abre ante nosotros. Con este mundo del que huimos y renegamos, tantas veces por miedo de vernos enredados entre sus engranajes. Y a descubrir allí a un Dios que nos llama a entregarnos y preparar el terreno para que Su gracia pueda con más facilidad descender como del sol los rayos y de la fuente las aguas.


Por Dani Cuesta, SJ. Publicado en Pastoral SJ

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