En mi debilidad, me haces fuerte
¿Con qué frecuencia en la vida experimentamos "rupturas", especialmente al enfrentar nuestras inseguridades? Como religiosos y religiosas, tenemos diversas inseguridades. Por la naturaleza misma de nuestra vida consagrada, elegimos dejar a nuestras familias y lugares de origen para adaptarnos a nuevas culturas, nuevas personas, nuevas comunidades, nuevos apostolados, nuevas formas de vida, etc. Si bien existe entusiasmo por lo "nuevo", también surgen desafíos con nuevas preguntas, miedos, dudas, incertidumbres e inseguridades.
Una inseguridad común que nos preocupa es el mito de la insuficiencia. Existe en nuestro interior una
sensación de falta de suficiencia, de indignidad e incapacidad a pesar de los logros y éxitos. A menudo, no somos conscientes de que este mito impulsa nuestros movimientos y ensombrece cada aspecto de nuestras vidas. Se manifiesta en nuestros deseos y actitudes: el deseo de ser los primeros; actitudes racistas y basadas en el sistema de castas; Prejuicios y estereotipos sobre otras religiones, etnias, nacionalidades, etc. Se manifiestan también en nuestras acciones y aspiraciones: nuestra tendencia a controlar en las relaciones interpersonales; nuestras miradas y gestos condescendientes, sobre todo con los subordinados; nuestra búsqueda de prestigio, poder y posición.
sensación de falta de suficiencia, de indignidad e incapacidad a pesar de los logros y éxitos. A menudo, no somos conscientes de que este mito impulsa nuestros movimientos y ensombrece cada aspecto de nuestras vidas. Se manifiesta en nuestros deseos y actitudes: el deseo de ser los primeros; actitudes racistas y basadas en el sistema de castas; Prejuicios y estereotipos sobre otras religiones, etnias, nacionalidades, etc. Se manifiestan también en nuestras acciones y aspiraciones: nuestra tendencia a controlar en las relaciones interpersonales; nuestras miradas y gestos condescendientes, sobre todo con los subordinados; nuestra búsqueda de prestigio, poder y posición.
Cuando actuamos desde esta inseguridad, incluso un acto externo insignificante o trivial se convierte en una amenaza potencial, desencadenando en nosotros diversas emociones y acciones innecesarias que nos llevan, una vez más, a caer en el mito de la insuficiencia. Este círculo vicioso continúa, haciéndonos sentir aún más inadecuados y vulnerables. A menudo pasamos por alto la fuerza oculta en la vulnerabilidad: una fuerza que puede generar avances profundos al enfrentar nuestras inseguridades.
Así fue en mi vida. Mi inseguridad se manifestó bajo la apariencia de autocompasión cuando me enviaron a una misión en el extranjero. Mientras luchaba con una nueva cultura, un nuevo idioma, un nuevo ambiente, un nuevo grupo de hermanas en la comunidad, caí inconscientemente en la autocompasión, sintiéndome desorientada y angustiada, hasta que una mañana fría y brumosa me encontré con un inmigrante pobre que caminaba con una chaqueta ligera y zapatos rotos que dejaban al descubierto sus pies congelados. Su ropa era insuficiente para el frío. Arrastraba los pies al caminar. Fue doloroso verlo en ese estado. Antes de que pudiera alcanzarlo, desapareció entre la multitud.
No lo volví a ver, pero este no fue un simple suceso pasajero. Penetró en mi subconsciente y me hizo reflexionar sobre mí misma. Fue un momento crucial, ya que me llevó a reflexionar sobre mis propias inseguridades y vulnerabilidades, ofreciéndome tres enseñanzas.
La primera enseñanza fue la aceptación de las propias vulnerabilidades. Esto no implica justificar la propia situación, pero tampoco fingir su ausencia. Significa aceptar la propia impotencia y debilidad. No hay nada vergonzoso en ser débil o vulnerable. Está bien decir: «Estoy roto/a». Es un reto afrontar la propia situación con serenidad. Es sostener la inseguridad con firmeza, con la conciencia tranquila. Esto no es lo mismo que aceptar la situación actual como si fuese un destino inquebrantable, sino, principalmente, aceptar el lugar en el que uno se encuentra. Es comprender que la realidad presente también encierra la posibilidad de crecer más allá de los cambios, las luchas, los dilemas, los riesgos, las amenazas, los miedos, las inhibiciones, las limitaciones, las incertidumbres, la impotencia y las inseguridades percibidas en las finanzas, las relaciones y el estatus.
La segunda revelación fue cultivar una mente de principiante, una mente dispuesta a aprender y aceptar la incertidumbre. A menudo, insistimos en saberlo todo. Deseamos tener certeza de todo el camino, sin comprender que, como dice Rumi, el poeta sufí: «Cuando empiezas a caminar, el camino se te revela».
La tercera revelación se refiere al camino hacia adelante. Aquel hombre arrastraba los pies; sin embargo, caminó hacia su destino con un destello de esperanza y una profunda confianza en Aquel que es el Camino. Nos resulta difícil caminar porque nos arrastramos bajo el peso de nuestras inseguridades, agobiados por nuestros remordimientos del pasado. ¡Cuántas veces nos negamos a caminar, olvidando que tenemos un destino que alcanzar y un apoyo divino invisible que camina con nosotros! Necesitamos valor para avanzar, dejando atrás el pasado: fracasos, errores, oportunidades perdidas, etc. Avanzamos con esperanza.
Mi conclusión final fue que los avances pueden surgir en cualquier momento y desde cualquier dirección, incluso de aquello que tememos presenciar. Al afrontar la vida tal como viene, superar las inseguridades no es imposible.
Por Lavina d`Souza. Traducido del National Catholic Reporter



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