Al orar juntos nos hacemos un solo pueblo


Hospitalidad: Mostrar una solicitud poco común (Hch 28, 1-2. 7). 


 «Una vez a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta. Los isleños nos trataron con una solicitud poco común; y como llovía sin parar y hacía frío, encendieron una hoguera y nos invitaron a todos a calentarnos… Cerca de aquel lugar había una finca que pertenecía a Publio, el gobernador de la isla, quien se hizo cargo de nosotros y nos hospedó durante tres días». 

Después de los traumas y conflictos de la tempestad, la ayuda de los isleños es vista por los que habían sido arrojados por las olas a la orilla como solicitud poco habitual. Prueba esta diligencia, después de todo, nuestra común humanidad. El evangelio nos enseña que cuando somos solícitos con los que pasan necesidad estamos mostrando amor al mismo Cristo (cfr. Mt 25,40). Un cuidado que no es sino pura hospitalidad. 

La hospitalidad se traduce en acogida, y acompañamiento, y desarrollo de espacios de fraternidad y vida en común a través del testimonio de Cristo. Incluye asimismo amor al prójimo, vivir en una comunidad basada en Cristo evitando todo juicio, exclusión, vulnerabilidad y segregación. Conduce también la hospitalidad a la Iglesia y fomenta el conocimiento de Dios por la fe en Cristo, la empatía, la inclusión y la unión en la diversidad.

La hospitalidad, por otra parte, sabe organizar espacios para actividades comunitarias y de fraternidad cristiana, lo que incluye: promover y participar en el diálogo fraterno entre las Iglesias cristianas y en los espacios y grupos formales que existan para ello; promover y participar en celebraciones y ritos ecuménicos, y en el diálogo interreligioso; acompañar y visitar a los miembros de la Iglesia, a los enfermos, a personas necesitadas; evaluar, proponer y utilizar los mejores medios para la comunicación dentro y fuera de la Iglesia; representar a esta en las redes sociales disponibles. Organización de días y eventos comunitarios que colaboren con la unidad y comunión en la diversidad. Fomentar eventos, conciertos corales, instrumentales y de órgano. Acompañar visitas religiosas, patrimoniales y culturales. Organizar incluso el servicio fraterno en los cultos y grupos eclesiales. 

La experiencia de orar juntos durante los días del Octavario ha permitido a muchas comunidades de diferentes Iglesias crecer por dentro y juntarse en amistad por fuera, encontrando lugares de culto ecuménico, en cuyo interior es posible admirar elementos de las tradiciones católica, luterana y ortodoxa, por ejemplo, así como abrir comunidades monásticas de corte genuinamente ecuménico como Taizé, Chevetogne, Bose, Pomeyrol, Grandchamp y tantos otros resonantes nombres que a diario alimentan una plegaria común y ferviente en pro de la unidad. 
Resultado de imagen de oracion ecumenica Durante la Semana de Oración no parece sino que nuestras Iglesias y capillas se tornen lugares seguros, sitios de verdadero descanso y refrigerio para que las personas puedan unirse en oración, conformando así el célebre Monasterio invisible del que tantas veces habló Paul Couturier, promotor del ecumenismo espiritual. El reto que de esta Semana surge es, sin duda, que podamos crear más espacios y tiempos protegidos de oración, ya que al orar juntos nos hacemos un solo pueblo. 

Tal vez lo más difícil del ecumenismo sea la praxis, es decir, cómo fomentar la mutua hospitalidad entre parroquias y congregaciones de nuestra localidad, dónde habilitar sitios en que reunirse cristianos de distintas tradiciones para orar juntos y, si no los hubiere, qué hacer para erigirlos. 

Jesús pidió a Sus apóstoles en la noche de Getsemaní permanecer despiertos y orar con Él. También, implícitamente, la hospitalidad para orar, empezando por ofrecer al mundo espacios y tiempos de refrigerio y paz, para que, rezando junto a otros cristianos, podamos llegar a conocer más profundamente al Jesús del Ut unum sint (Juan 17,21). El solo hecho de acudir a lugares tales, nótese bien, ya es oración, ya supone disponerse a rezar juntos de puro ponernos, como diría santa Teresa, a merced de Dios. Es, en definitiva, y no más que por decirlo con san Pedro, ser sobrios y sensatos para darse a la oración (cf. 1 Pedro 4,7b). 

Cuando mostramos solicitud amorosa hacia los débiles y desposeídos, estamos disponiendo nuestros corazones según el corazón de Dios, en quien los pobres tienen un lugar especial. Dar la bienvenida a los de fuera, pese a que sean personas de otras culturas o creencias, inmigrantes o refugiados, es a la vez amar al mismo Cristo y amar como ama Dios. En cuanto cristianos, se nos pide dar un paso adelante en la fe para llegar, con el amor de Dios que todo lo abarca, también a aquellos que más nos cuesta amar. 

Ocasión propicia la de hoy para pedir a Dios que inculque en nuestros corazones un profundo sentido hospitalario. Abra nuestros ojos y nuestros corazones cuando nos pide alimentarlo, vestirlo y visitarlo. Sean nuestras Iglesias activas en acabar con el hambre, la sed y el aislamiento, y en superar las barreras que impiden dar la bienvenida a todas las personas. Jesús está presente en el más pequeño de nuestros hermanos.

Pedro Langa Aguilar, O.S.A.
Teólogo y ecumenista. Publicado en Equipo Ecuménico de Sabiñánigo

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